Hay paisanos que cuando se nos van no llegamos a imaginar lo que perdemos. Uno de ellos fue Benigno García Sabugo, de Montrondo, que falleció hace unos días a los 92 años, cansado de vivir. «Estaba bien de cabeza pero se fue dejando, estaba cansado...». Y él lo sabía, en mayo le hicimos la última entrevista, para tenerlo grabado, y después de acabar nos dijo, muy serio pero sin un ápice de impostura: «Yo este verano morro (muero)». Y este guardián de las palabras también fue hombre de palabra, el 16 de agosto se nos fue. El gentío que acudió a su entierro nos da una imagen de lo que perdimos.
Es una pérdida irreparable porque era un libro abierto, pero lo llevaba todo en la cabeza, fiado a su prodigiosa memoria. Allí guardaba los nombres más bellos, las historias más curiosas, los poemas, los romances y hasta su propia biografía pues Benigno responde a la perfección a aquella frase de Benito Pérez Galdos: «Por doquiera el hombre va, lleva consigo su novela».
Y la de Benigno era una gran novela, desde que nació y «arranqué con vino».
- ¿No te bautizarían con vino?
- No, hombre. Pasó que nací y llevaba un día sin probar nada, ni leche ni nada, llorando de hambre, y fue mi padre y echó un poco vino en una taza, con dos yemas de huevo y dos cucharadas grandes de azúcar, lo batió y dice que lo comí todo... y de ahí en adelante todo bien.
Y de ahí en adelante se cumplió la previsión de su padre —«si vive hay Benigno para rato»— y fue llenado de historias una singular biografía, la de aquel niño que con 8 años ya cuidaba cuarenta vacas por los montes de La Magdalena. Y que, además, él la contaba como nadie: «Con doce años además de las vacas cuidaba piojos y garrapatas y para dormir caliente te tumbabas en la panza de las vacas. Y fumaba, que si no fumabas no te parecía que fueras mozo».
La vida de un trabajador, artesano, albañil, ganadero, mecánico y hasta atleta, en la mili. Y cazador y guía de cazadores, «de ministros y todo, y de aquel gobernador, Arias Navarro, que me comía el bocadillo mío».
Y en su memoria fue almacenando nombres e historias. Los nombres se los fue contando a su nieta Adriana García y ésta los hizo libro bajo el título de ‘Toponimia de Montrondo’, con el que ganó el Premio Concha de Lama y le dio a su abuelo una de las mayores alegrías de su vida. Así salvó del olvido al que llevaría su muerte las palabras más bellas de aquella tierra: al aguaducho, las cueiras, el cubichón...
Las historias se fueron con Benigno.
Para ver su última entrevista en vídeo: http://www.lanuevacronica.com/los-personajes-del-tio-ful-benigno
Es una pérdida irreparable porque era un libro abierto, pero lo llevaba todo en la cabeza, fiado a su prodigiosa memoria. Allí guardaba los nombres más bellos, las historias más curiosas, los poemas, los romances y hasta su propia biografía pues Benigno responde a la perfección a aquella frase de Benito Pérez Galdos: «Por doquiera el hombre va, lleva consigo su novela».
Y la de Benigno era una gran novela, desde que nació y «arranqué con vino».
- ¿No te bautizarían con vino?
- No, hombre. Pasó que nací y llevaba un día sin probar nada, ni leche ni nada, llorando de hambre, y fue mi padre y echó un poco vino en una taza, con dos yemas de huevo y dos cucharadas grandes de azúcar, lo batió y dice que lo comí todo... y de ahí en adelante todo bien.
Y de ahí en adelante se cumplió la previsión de su padre —«si vive hay Benigno para rato»— y fue llenado de historias una singular biografía, la de aquel niño que con 8 años ya cuidaba cuarenta vacas por los montes de La Magdalena. Y que, además, él la contaba como nadie: «Con doce años además de las vacas cuidaba piojos y garrapatas y para dormir caliente te tumbabas en la panza de las vacas. Y fumaba, que si no fumabas no te parecía que fueras mozo».
La vida de un trabajador, artesano, albañil, ganadero, mecánico y hasta atleta, en la mili. Y cazador y guía de cazadores, «de ministros y todo, y de aquel gobernador, Arias Navarro, que me comía el bocadillo mío».
Y en su memoria fue almacenando nombres e historias. Los nombres se los fue contando a su nieta Adriana García y ésta los hizo libro bajo el título de ‘Toponimia de Montrondo’, con el que ganó el Premio Concha de Lama y le dio a su abuelo una de las mayores alegrías de su vida. Así salvó del olvido al que llevaría su muerte las palabras más bellas de aquella tierra: al aguaducho, las cueiras, el cubichón...
Las historias se fueron con Benigno.
Para ver su última entrevista en vídeo: http://www.lanuevacronica.com/los-personajes-del-tio-ful-benigno