Nadie se atrevía a cuestionar la condición de triunfador del leonésAlfredo Rodríguez y su hijo del mismo nombre. Llegaron a Madrid, el cabeza de familia abrió en 1951 El Brillante que, con el tiempo (en 1967) heredaría el hijo y lograron para este lugar un reconocimiento que nadie cuestionaba: "Los mejores bocatas de calamares de Madrid", y Alfredo hijo explicaba el secreto: "Buena materia prima, los mejores calamares,del Pacífico, y baratos, a 6,5 euros". Y algo más: "Me gasté 40 millones de pesetas al año en publicitarme y en dos años todo el mundo al que se le preguntaba por Brillante decía ‘el de los calamares’. Comunicar y publicitar son fundamentales para una empresa".
Explicaba Alfredo hijo en diversas entrevistas, y lo practicaba, que "cuando montas una empresa eliges tener una segunda familia pues el patrimonio de una empresa son sus trabajadores, el jefe que piense que ellos comen gracias a él, que se dedique a otra cosa". Y esta filosofía la ilustraba con su propio ejemplo: "Cuando murió mi padre (en 1991) me dejó una propiedad, dos hipotecas, dos locales en alquiler y sólo 319.000 pesetas en el banco. Y tenía que pagar las nóminas a 45 personas por lo que vendí por 6 millones (de pesetas) mercancía que valía 14 pero pagué a los trabajadores".
Ese fue su comportamiento siempre, el cuidado de los trabajadorescomo si fueran su propia familia, le gustaba contratar —al contrario de loque resulta habitual— a trabajadores de 50 ó 60 años porque el mercado laboral los castiga mucho "pero sabiéndolos motivar son los más válidos, los hago fijos y cuando se lo cuentan a su mujer, y ésta le convence de que realice bien su trabajo, al tener cerca la jubilación. Ése es el aliciente".
Todo le iba bien. Abrió otros tres nuevos Brillante y los bocatas de calamares seguían siendo el aliciente, en centros comerciales de Getafe,Alcalá de Henares y en Boadilla.
Pero llegó la pandemia. Que fue cruel para la hostelería y todo un problema para quien, como Alfredo, tenía muchos empleados y, fiel a su filosofía, cuidaba de ellos "como si fueran de la familia". Sus desvelos eran evidentes, sus problemas también, las deudas... y en la cabeza de este triunfador y a la vez excelente paisano fue anidando algo parecido a una excesiva preocupación, una depresión al no encontrar salida a los problemas que se le acumulaban.
Y hace unas semanas decidió irse. Un buen paisano, de solo 66 años.
Explicaba Alfredo hijo en diversas entrevistas, y lo practicaba, que "cuando montas una empresa eliges tener una segunda familia pues el patrimonio de una empresa son sus trabajadores, el jefe que piense que ellos comen gracias a él, que se dedique a otra cosa". Y esta filosofía la ilustraba con su propio ejemplo: "Cuando murió mi padre (en 1991) me dejó una propiedad, dos hipotecas, dos locales en alquiler y sólo 319.000 pesetas en el banco. Y tenía que pagar las nóminas a 45 personas por lo que vendí por 6 millones (de pesetas) mercancía que valía 14 pero pagué a los trabajadores".
Ese fue su comportamiento siempre, el cuidado de los trabajadorescomo si fueran su propia familia, le gustaba contratar —al contrario de loque resulta habitual— a trabajadores de 50 ó 60 años porque el mercado laboral los castiga mucho "pero sabiéndolos motivar son los más válidos, los hago fijos y cuando se lo cuentan a su mujer, y ésta le convence de que realice bien su trabajo, al tener cerca la jubilación. Ése es el aliciente".
Todo le iba bien. Abrió otros tres nuevos Brillante y los bocatas de calamares seguían siendo el aliciente, en centros comerciales de Getafe,Alcalá de Henares y en Boadilla.
Pero llegó la pandemia. Que fue cruel para la hostelería y todo un problema para quien, como Alfredo, tenía muchos empleados y, fiel a su filosofía, cuidaba de ellos "como si fueran de la familia". Sus desvelos eran evidentes, sus problemas también, las deudas... y en la cabeza de este triunfador y a la vez excelente paisano fue anidando algo parecido a una excesiva preocupación, una depresión al no encontrar salida a los problemas que se le acumulaban.
Y hace unas semanas decidió irse. Un buen paisano, de solo 66 años.