La creación del Tuerto

El escritor leonés Abel Aparicio recorre con un amigo en bicicleta el río Tuerto y convierte el mismo en un libro de viajes, ‘La ruta del Tuerto’

Fulgencio Fernández
24 de Abril de 2017
Una de las imágenes del libro de Abel Aparicio. | A.A.
A este proyecto se sumó la idea de plasmar el recorrido en un libro con fotografías, tomando como ejemplo la literatura usada por Miguel Torga en su libro ‘La creación del mundo’. Un diario de su vida, haciendo especial hincapié en la comarca de Tras-os-Montes, desde un punto de vista humilde y pegado a la tierra, muy distante de aquellos que derraman líneas sobre sus lugares de nacimiento desde un punto de vista quizá demasiado altivo y alejado del mundo rural». Así explica el escritor leonés Abel Aparicio el origen del libro que acaba de publicar, un libro de viajes que ha titulado ‘La ruta del Tuerto en León’, y que esta misma semana presentará en la capital.

Una idea, un libro, que tiene su origen, como tantas cosas, en la memoria, los recuerdos, la infancia: «Una noche de primavera, dando un placentero paseo mientras observaba imperturbable el firmamento, rebobiné la película de mis recuerdos, concretamente, quería ir al fotograma en el que aparecía en verano bañándome en el río que pasa por mi pueblo, San Román de la Vega. Estando en ese río, aparte de disfrutar del agua y de amigos y amigas, me solía hacer una pregunta, este agua, ¿de dónde vendrá? ¿En qué lugar nacerá el Tuerto? Aquella pregunta que me hacía, volvió a proyectarse en mi cabeza durante un par de semanas más y, o encontraba la respuesta o aquello no iba a detenerse. Hoy, varios años después de aquellos felices principios de los noventa, comienzo el viaje por el río que regó mi infancia y lo sigue haciendo, desde La Bañeza hasta su nacimiento, en la Cepeda».

Para ello había que saber dónde nacía el Tuerto pues, como tantas veces, hay controversia. «Según la Confederación Hidrográfica del Duero (CHD), responsable administrativa de estas aguas, lo hace de la unión del arroyo Rebiján y del arroyo Reflejo o Cabalina, en el campo de Tabladas, uno de los tres barrios que forman Los Barrios de Nistoso, junto a Villar y Nistoso. El nombre popular de estos dos arroyos son Refleyu del Rebiján y el Ríu, donde una fuente llamada Canalina vierte las aguas a este último. Quizá ahí radique la confusión a la hora de pasar el nombre a los mapas. Según algunos vecinos de Nistoso, el nacimiento está en la fuente de Cervera, que da lugar al arroyo Vallejo o Remolinos, que es su nombre popular. La tercera y última teoría sobre su nacimiento está en Villarmeriel, concretamente en la zona conocida como Valretuerto, aunque esta última no tiene mucho sentido. Por una vez, y sin que sirva de precedente, di por buena la teoría del organismo oficial, CHD». Y arrancó el viaje en la última semana de octubre, cuando el otoño tiñe de más colores el paisaje.

Planteé el viaje como Torga en ‘La creación del mundo’, desde un punto de vista humildeUn libro que encierra un camino. «El punto de partida es un prao grande a la salida de Nistoso, donde el rocío de la mañana hacía brillar las gotas de agua que cubrían la hierba. Durante la primera parte del recorrido, dejando atrás la parte afectada por el incendio del verano de 2015, nos adentramos en un pasillo de robles adornado por el sonido de un regato más el manto de hojarasca que adorna el suelo hasta que llegamos a La Cervera, fuente cuya agua le regala al arroyo Remolinos, como así le denominan los vecinos y vecinas de Nistoso. Una mirada hacia Nistoso y al cueto San Bartolo me hace pensar en el carácter mágico que pudo tener para los habitantes de los tres barrios esa especie de montaña sagrada que ocultaba el sol de la misma manera que el Teleno lo hacía para los ástures y romanos». Y un destino: «El último trayecto lo hice mirando a mi alrededor, al cueto San Bartolo y a mi infancia, justo a esos días en los que bañándome en el río me preguntaba a ver de dónde venía el agua en la que me bañaba. Una deuda saldada, un recorrido de dos días acompañado en bicicleta y uno andando en solitario. Tres días en los que solamente ver el paisaje me transmitía felicidad, algo que no me suele ocurrir muy a menudo. Con eso me quedé, con una grata sensación de felicidad difícil de encontrar muchas veces, ignorada otras tantas por cercana. Si me piden una frase, aquí se la dejo: El Tuerto, afluente del paraíso».

Y un momento especial en el recorrido: Oliegos, el pueblo enterrado bajo las aguas del pantano de Villameca a cuyos vecinos vivos visitó en su destierro: Foncastín, en la provincia de Valladolid. «El periplo comenzó en la estación ferroviaria de Porqueros, donde un convoy formado por 30 vagones, 27 dedicados a diferente material y los 3 restantes a las casi 38 familias –unas 225 personas- que habitaban en el pueblo, realizó gran parte del traslado. La noche del 28 la hicieron en Astorga, la comida del día 29 en León capital y el viaje en ferrocarril finalizó en la estación de Valladolid esa misma noche».