Paco Flecha ha vuelto con esos cuentos que lo que le gusta es contarlos, pero le piden que los escriba. Y cede. Ahora son fabulaciones mínimas que ha titulado ‘La lenta luz del amanecer’ , en la Universidad de León, a fin de cuentas, su andamio. El título está tomado de un cuento de Pereira en el que escribe: "lenta es la luz del amanecer en los aeropuertos prohibidos". - Un buen empiece, pero ahora qué.
– ‘La lenta luz del amanecer’ es un buen empiece para el libro ¿y después qué?
– Además de un homenaje a Pereira (que no es poco) quiere ser también un guiño a todos aquellos que, cuando entonces, soñábamos y seguimos soñando que algún día, por fin, amanezca. "Que no amanece" se quejaba Toño Llamas y provocó tal desvelo en Manuel Fraga que se vio obligado a cerrar Claraboya por parecerle que negaba la evidencia de las canciones que nos obligaban a cantar en la escuela y que anunciaban, brazo en alto "que en España empieza a amanecer".
– No es un asunto menor, que diría don Mariano, que el libro arranque a modo de prólogo con un fragmento de un cuento de Antonio Pereira
– El cuento de Pereira, maravilloso como todos, es también toda una teoría de lo que debe ser un microrrelato. El poeta del cuento escribe un verso hermoso: «Lenta es la luz del amanecer en los aeropuertos prohibidos» y el parroquiano de la taberna le pregunta «y después, qué». Y es que el cuento (como la fotografía) no son hermosos por lo que dicen sino por la historia que sugieren en el espectador o en el lector.
El cuento (como la fotografía) no son hermosos por lo que dicen, sino por la historia que sugieren
– No sería mal reconocimiento decir que con tus libros llenas algunos de los huecos que nos ha dejado la ausencia de Pereira, que alguna vez te lo han dicho.
– Yo no siento que Pereira esté ausente. Sólo hace falta releerle. Él mismo decía que el cuento literario debería recrear la voz del narrador. Y eso pasa con Pereira: cuando hablaba parecía que estaba construyendo un texto literario y, en sus escritos, el lector tiene la sensación de que le está hablando al oído.
– ¿Qué otros maestros reconoces?
– Cuando era mozo me dejé encandilar por el Existencialismo, aquella generación de entreguerras, crecida y educada en la calle, al margen de una Academia que les parecía muy rancia y ajena. Alguien me dijo que Sartre decía de ellos mismos que era una generación que no habían tenido que sufrir a padres o maestros.
A mí, esto de hablar de maestros me parece un poco pretencioso y como de querer vestirse con plumas ajenas. A veces he querido escribir como Pereira, como Merino, como Luis Mateo, como García Márquez, como Galeano, como Guareschi cuando describe ‘la Baja’, el territorio que explica y justifica las hazañas de don Camilo y Pepone; o como tú, mismamente. Pero, al final, resulta que solo soy Paco.
A veces he querido escribir como Pereira, como Merino, como Galeano.... pero al final resulta que soy Paco– Lo de titular un libro anterior ‘si esto fuera Macondo...’ algo querrá decir.
– Pues sí. A veces pensamos que si viviéramos en Macondo escribiríamos como García Márquez. Yo he vivido en el Páramo y no he visto Celama. Lo que pretende decirse es que Macondo no es un lugar, es una forma de mirar la realidad. Los paisajes y personajes de los cuentos, aunque parezcan tomados de la realidad, sólo están en la cabeza del cuentista y del lector, en ese territorio imaginario y compartido.
– ‘La lenta luz del amanecer’ son ‘fabulaciones mínimas’ en las que se suceden algo de autobiografía, aconteceres diarios, memoria de tus estancias en andamios diversos, chascarrillos o sucedidos, historias tabernarias, reflexiones del filósofo que también eres...
– Al cuentista, lo que le gusta es contar. Y si puede ser de palabra, en la cantina, en las cocinas y filandones, mucho mejor…y, si no hay más remedio, por escrito. Lo sabes mejor que nadie, que tú también eres de esa ‘raza’. Y uno cuenta con todo el morral (real o imaginario) que lleva a cuestas. Que ese es parte del secreto: contar lo real como fingido y lo fingido como real. O sea, como hacen los políticos, pero declarándose cuentistas, no salvadores o profetas.
– No apareces ni en la Gurtel, ni en la Enredadera, ni en ná ¿Estás seguro de que existe Paco Flecha?
– Con decirte que en estos tiempos de confusión he dejado escrito, para general conocimiento: «No tengo curriculum. He ido ganándome la vida como he podido». Déjalo dicho en el periódico. Que se sepa. No siendo que empiecen a hurgar.
A veces pensamos que si viviéramos en Macondo escribiríamos como García Márquez. Y no
– ¿Te has arrepentido de no ser fraile o tamborilero que es lo que te pedía el cuerpo?
– No, porque de eso sólo me falta el título que lo certifique. Al final, en la vida, siempre resulta que uno ejerce de aquellas cosas que ha soñado.
– También eres el padre de una larga serie de artículos que has titulado de manera genérica ‘Educando a Tarzán’ ¿Cómo va lo de educar a Tarzán? ¿Ya está para vivir, por ejemplo, en Ordoño II?
– A pesar de los esfuerzos educadores de Chita, Tarzán no deja de ser un mono pelón y es muy difícil que llegue a convertirse en un mono como dios manda. Aunque hay que reconocer que la criatura pone voluntad.
– ‘La lenta luz del amanecer’ es un buen empiece para el libro ¿y después qué?
– Además de un homenaje a Pereira (que no es poco) quiere ser también un guiño a todos aquellos que, cuando entonces, soñábamos y seguimos soñando que algún día, por fin, amanezca. "Que no amanece" se quejaba Toño Llamas y provocó tal desvelo en Manuel Fraga que se vio obligado a cerrar Claraboya por parecerle que negaba la evidencia de las canciones que nos obligaban a cantar en la escuela y que anunciaban, brazo en alto "que en España empieza a amanecer".
– No es un asunto menor, que diría don Mariano, que el libro arranque a modo de prólogo con un fragmento de un cuento de Antonio Pereira
– El cuento de Pereira, maravilloso como todos, es también toda una teoría de lo que debe ser un microrrelato. El poeta del cuento escribe un verso hermoso: «Lenta es la luz del amanecer en los aeropuertos prohibidos» y el parroquiano de la taberna le pregunta «y después, qué». Y es que el cuento (como la fotografía) no son hermosos por lo que dicen sino por la historia que sugieren en el espectador o en el lector.
El cuento (como la fotografía) no son hermosos por lo que dicen, sino por la historia que sugieren
– No sería mal reconocimiento decir que con tus libros llenas algunos de los huecos que nos ha dejado la ausencia de Pereira, que alguna vez te lo han dicho.
– Yo no siento que Pereira esté ausente. Sólo hace falta releerle. Él mismo decía que el cuento literario debería recrear la voz del narrador. Y eso pasa con Pereira: cuando hablaba parecía que estaba construyendo un texto literario y, en sus escritos, el lector tiene la sensación de que le está hablando al oído.
– ¿Qué otros maestros reconoces?
– Cuando era mozo me dejé encandilar por el Existencialismo, aquella generación de entreguerras, crecida y educada en la calle, al margen de una Academia que les parecía muy rancia y ajena. Alguien me dijo que Sartre decía de ellos mismos que era una generación que no habían tenido que sufrir a padres o maestros.
A mí, esto de hablar de maestros me parece un poco pretencioso y como de querer vestirse con plumas ajenas. A veces he querido escribir como Pereira, como Merino, como Luis Mateo, como García Márquez, como Galeano, como Guareschi cuando describe ‘la Baja’, el territorio que explica y justifica las hazañas de don Camilo y Pepone; o como tú, mismamente. Pero, al final, resulta que solo soy Paco.
A veces he querido escribir como Pereira, como Merino, como Galeano.... pero al final resulta que soy Paco– Lo de titular un libro anterior ‘si esto fuera Macondo...’ algo querrá decir.
– Pues sí. A veces pensamos que si viviéramos en Macondo escribiríamos como García Márquez. Yo he vivido en el Páramo y no he visto Celama. Lo que pretende decirse es que Macondo no es un lugar, es una forma de mirar la realidad. Los paisajes y personajes de los cuentos, aunque parezcan tomados de la realidad, sólo están en la cabeza del cuentista y del lector, en ese territorio imaginario y compartido.
– ‘La lenta luz del amanecer’ son ‘fabulaciones mínimas’ en las que se suceden algo de autobiografía, aconteceres diarios, memoria de tus estancias en andamios diversos, chascarrillos o sucedidos, historias tabernarias, reflexiones del filósofo que también eres...
– Al cuentista, lo que le gusta es contar. Y si puede ser de palabra, en la cantina, en las cocinas y filandones, mucho mejor…y, si no hay más remedio, por escrito. Lo sabes mejor que nadie, que tú también eres de esa ‘raza’. Y uno cuenta con todo el morral (real o imaginario) que lleva a cuestas. Que ese es parte del secreto: contar lo real como fingido y lo fingido como real. O sea, como hacen los políticos, pero declarándose cuentistas, no salvadores o profetas.
– No apareces ni en la Gurtel, ni en la Enredadera, ni en ná ¿Estás seguro de que existe Paco Flecha?
– Con decirte que en estos tiempos de confusión he dejado escrito, para general conocimiento: «No tengo curriculum. He ido ganándome la vida como he podido». Déjalo dicho en el periódico. Que se sepa. No siendo que empiecen a hurgar.
A veces pensamos que si viviéramos en Macondo escribiríamos como García Márquez. Y no
– ¿Te has arrepentido de no ser fraile o tamborilero que es lo que te pedía el cuerpo?
– No, porque de eso sólo me falta el título que lo certifique. Al final, en la vida, siempre resulta que uno ejerce de aquellas cosas que ha soñado.
– También eres el padre de una larga serie de artículos que has titulado de manera genérica ‘Educando a Tarzán’ ¿Cómo va lo de educar a Tarzán? ¿Ya está para vivir, por ejemplo, en Ordoño II?
– A pesar de los esfuerzos educadores de Chita, Tarzán no deja de ser un mono pelón y es muy difícil que llegue a convertirse en un mono como dios manda. Aunque hay que reconocer que la criatura pone voluntad.