Adiós a la cuna del arte: Jesús baja la trapa de la memoria de tres generaciones

La Cuna del Arte Taller de Restauración bajó su trapa en el barrio de San Mamés el último día del año, por jubilación. Jesús Ángel Fernández sabe que allí queda la memoria de tres grandes artistas, tres generaciones de artesanos

Fulgencio Fernández
02 de Enero de 2020
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Es media tarde del último día del año, su mujer espera en la acera para irse a casa mientras Jesús Ángel Fernández baja la trapa de su modesto taller de restauración en el Barrio de San Mamés. «Es el último día, esto se acaba, me jubilo y ya nadie sigue con la tradición que comenzó hace un siglo con mi abuelo, siguió mi padre, que tenía el taller aquí muy cerca, en la Avenida de Nocedo, y yo. Cuando baje la trapa se acabó».

Y la baja. Su mujer le mira y se van,desean feliz año a los vecinos que encuentran, los de toda la vida, y dicen adiós al año y al oficio de restaurador. «Hombre, seguiré viniendo por aquí a cosas mías, pero a trabajar ya no. El taller de restauración se acabó, la cuna del arte cerró... aunque Jesús acabe, por ejemplo, el trono de un paso de Semana Santa en miniatura, que es una tradición que no voy a abandonar porque encierra una historia muy bonita».La historia es que cada año prepara un trono, con pequeñas tallas propias, motivos leoneses... «Empecé con un amigo, Carlos Álvarez, que era artesano de la plata, y él hacía la parte de plata y yo la de madera. Después él murió víctima de un cáncer y yo he seguido cada año haciendo el trono, es como un recuerdo de él, un homenaje, y lo haré». Y muestracómo ya ha adelantado buena parte del que acabará para la Semana Santa de este 2021.Jesús Ángel ya creció en un taller de restauración, el que su padre Jesús Fernández Antúnez tenía en la Avenida de Nocedo, donde él trabajó hasta los años 90, cuando se estableció por su cuenta a pocos metros, en la Calle San Fructuoso. «No tuve miedo a dar el salto porque había tenido muy buenos maestros, al margen de que estudié en la Escuela de Artes y Oficios de Amigos del País; mi maestro de restauración fue mi padre, con el que trabajaba; y en la pintura fue mi abuelo, Cayo Jesús Fernández Espino, que además de un buen pintor, delineante del Ayuntamiento, es el que copió una a una las vidrieras de la Catedral durante la guerra civil por si una bomba las destrozaba».Jesús Ángel es, asimismo, el guardián de aquel precioso legado del abuelo, conserva muchas obras pero, sobre todo, los cuadernosen los que fue copiando una a una todas las vidrieras, sentado en el coro, con la ayuda de unos prismáticos «y con la connivencia del campanero de la Catedral, que era amigo suyo, el famoso Ico (de Federico) que era quien cada tarde le abría el templo para que entrara y siguiera copiando».

- ¿Y cómo le dio por meterse con ese trabajo de copiar las vidrieras?

- Él lo contaba. Dice que en el inicio de la guerra iba caminando cerca de la Catedral y escuchó el ruido cercano de algunas bombas y pensó «¿si caen en la Catedral y destrozan las vidrieras?»... y se puso.

De este increíble trabajo escribió Gamoneda: «Y es el caso que Cayo Jesús dio en temer la destrucción de las vidrieras, y, así, llevado del temor, comenzó una tarea de años. El asunto es cuasi novelesco: con unos prismáticos, y la bondadosa complicidad del campanero acometió la quijotesca aventura de reproducir («para que pudieran reconstruirse») las vidrieras de la catedral de León. Así, como suena».

También Jesús heredó parte de ‘esa locura’, acomete restauraciones imposibles pues lo suyo es pasión. «Yo llego con dolor de cabeza, me pongo a trabajar y se me pasa al momento».

Pero ha bajado la trapa.