Es cierto que presumen en el pueblo, y aún lo siguen haciendo, de ser el único del mundo, según les dijo el inspector. Al menos lo era en aquel lejano 1916 que se levantó pero es curioso, argumentan los actuales vecinos,que en estos tiempos de Internet que vuelan las noticias sin fronteras «nadie se haya dirigido a nosotros para desmentirlo y decirnos dónde hay otro».
En Tolibia insisten en que es el único del mundo dedicado a la memoria de un maestro en particularParece justo el orgullo de estas gentes por tener un monumento único en el mundo ‘conocido’, no a los maestros en general, sino a un maestro Pedro García de Robles, detrás de cuya decisión hay otros elementos no menos significativos, el primero y digno de tener en cuenta es que fue sufragado por los que habían sido alumnos de tan insigne maestro; y no menos acertada parece la elección del escultor, uno de los personajes fundamentales de la cultura leonesa: Julio del Campo.
Mantienen en Tolibia el respeto hacia aquel maestro y el orgullo por el monumento. Se puede comprobar en diversos reportajes en prensa y algunas revistas en las que insisten en que «es único en el mundo».Así lo recoge Gregorio Fernández Castañón en Camparedonda e, incluso, van más allá en un viejo reportaje de La Crónica de León, en el que al preguntar por la llamada ‘Casa de los duendes’ un vecino pide: «Deja ya esa historia, si quieres escribir algo de Tolibia vete a la escultura de la escuela».
Fue sufragado por los alumnos de don Pedro García de Robles y encargado a Julio del CampoY lo han dejado escrito en una reciente placa que han añadido al monumento, en 2016 al celebrar el Centenario, una inscripción significativa en la que se afirma que mantienen «la admiración por su entrañable magisterio». Completan los halagos la inscripción que Julio del Campo labró en la parte posterior del monumento: «Acendrada virtud tuvo y sobrados méritos para erigirle este monumento».
Ayer mismo. Al hacer las fotos para este recuerdo se acercan dos mujeres y nos recuerdan: «Es único en el mundo». No es fácil encontrar críticas hacia este recuerdo a un maestro, pero el Tío Ezequiel sí le mostraba sus reparos a Julio Llamazares en su viaje: «Muy bueno no sería cuando ató a la mujer a un pesebre hasta que aprendiera las letras».
Tal vez no pueda ser profeta absoluto pues era Pedro García natural del pueblo que hoy le recuerda, Tolibia, donde nació en 1851. Gregorio Fernández Castañón indaga en su formación y escribe que «su buena fama traspasaba más allá de los linderos comarcales, llegando hasta León o Valladolid, donde, por cierto, una familia de renombre le confió la educación de su hijo, dejándolo en régimen de internado en su propia casa. Eran otros años. Eran otros tiempos. Quienes recuerdan los comentarios trasmitidos de generación en generación me dicen que sus métodos eran tan severos como participativos. Un simple gesto (tal como echar la capa hacia atrás y dejar que las manos la sujetaran a la espalda) bastaba para que la bulliciosa concurrencia (casi ochenta alumnos de ambos sexos) le prestara atención, guardando un riguroso silencio».