Una espinita arrancada
La nieta se vestía de blanco en un día de otoño con el corazón palpitando y la cabeza en otro sitio, en Carucedo, donde el abuelo Rafael Morán se quedaba sin verla. Enfermo y en la cama, no podía escoger ver a Vanesa decir el sí quiero a Simón el 15 de septiembre del 2018 en Borrenes. Y eso enmudecía un poco la historia de amor que daba un paso al altar.
Vanesa quería recuerdos con el abuelo en su día, pero, pese a las intentonas, no fue posible. Rafael cumple 89 años al lado de su esposa Rosario Vidal de 86 y han marcado su propia historia enlazada, como sus manos, ahora arrugadas y llenas de tatuajes de recuerdos. La espinita se quedó ahí, en la ausencia del abuelo enfermo. Pero no nos rendimos y Rafael mejoró.
En diciembre le habían quitado la medicación y se levantaba, sonreía y entonces sí, era el momento de las fotos. Dos días antes de la posboda de Vanesa era cuando el reloj había querido que aquellas imágenes fueran, justo en Nochebuena. Rafael y Rosario se miraban cómplices. Lo habían vuelto a hacer. Habían superado otro maltrago juntos, como sus manos arrugadas, que cuando se unen, consiguen imposibles.
La nieta se vestía de blanco en un día de otoño con el corazón palpitando y la cabeza en otro sitio, en Carucedo, donde el abuelo Rafael Morán se quedaba sin verla. Enfermo y en la cama, no podía escoger ver a Vanesa decir el sí quiero a Simón el 15 de septiembre del 2018 en Borrenes. Y eso enmudecía un poco la historia de amor que daba un paso al altar.
Vanesa quería recuerdos con el abuelo en su día, pero, pese a las intentonas, no fue posible. Rafael cumple 89 años al lado de su esposa Rosario Vidal de 86 y han marcado su propia historia enlazada, como sus manos, ahora arrugadas y llenas de tatuajes de recuerdos. La espinita se quedó ahí, en la ausencia del abuelo enfermo. Pero no nos rendimos y Rafael mejoró.
En diciembre le habían quitado la medicación y se levantaba, sonreía y entonces sí, era el momento de las fotos. Dos días antes de la posboda de Vanesa era cuando el reloj había querido que aquellas imágenes fueran, justo en Nochebuena. Rafael y Rosario se miraban cómplices. Lo habían vuelto a hacer. Habían superado otro maltrago juntos, como sus manos arrugadas, que cuando se unen, consiguen imposibles.