Mira qué zapatos tan bonitos, cómo le estilizan sus tobillos y el resto de sus piernas. Ahí empieza el recorrido por todo su cuerpo. Sin ningún problema, que para eso está. Sin remilgos, sin que preocupe lo que ella pueda pensar. Sus caderas, su abdomen, su pecho, sus cabellos, sus pómulos, sus labios, sus ojos... Sí, sus ojos, con el cruce de miradas que descubre todo. Él cree que ya ha captado su atención después de demasiados segundos de extensa radiografía. Ella, una vez más, mira para otro lado totalmente indiferente.