Es noche cerrada o quizá primera hora de la mañana. No hay un alma en la calle. Camina sola, alerta, atenta a los murmullos del aire, no vayan a ser humanos. Va mirando de reojo a cualquier sombra, a cualquier bulto extraño por más que sepa que no tienen peligro. Oquizá sí. En una mano lleva el móvil. En la otra las llaves de casa para entrar cuanto antes al portal, como un arma imaginaria. Y si ha llegado en taxi, la logística se mantiene inalterable. No es una excepción, no es una noche señalada, es el día a día de cualquier mujer cuando regresa a casa.