Plácido Domingo ha encontrado en Verdi al mejor aliado para su segunda vida como barítono. Lo hemos visto en la piel de Nabucco, Rigoletto, el Germont de ‘La traviata’ o el Conde de Luna de ‘Il trovatore’; pero luce aún más en roles no tan populares, como el Giacomo de Giovanna d’Arco y el Dux veneciano de ‘I due Foscari’. La sexta ópera del maestro de Busseto, casi una rareza en el repertorio, ha renacido en el último lustro gracias al cantante madrileño.
A sus 77 años, con 150 títulos a sus espaldas y unas 3.500 funciones, el desgaste inevitable de la voz supone incluso una ventaja: el anciano Francesco Foscari debe sonar frágil, seco. A falta de graves, en Plácido perviven su timbre inconfundible, presencia y musicalidad y, ante todo, su sentido dramático en cada frase, empezando por los recitativos. Su sufrimiento nos duele. Y lo asombroso es que mejora en cada nueva interpretación. Debutó en Valencia en 2013, continuó en Londres al año siguiente, logró una versión superior en Barcelona en 2015 y se coronó en La Scala. Esta última producción llegará este jueves a Cines Van Gogh a las 20:00 horas.
Junto a Domingo, de nuevo, el tenor Francesco Meli, de bello centro y fraseo matizado. Y un descubrimiento: la poderosa soprano napolitana Anna Pirozzi, ágil y segura, que irrumpió en 2013 con una sustitución en Salzburgo, a las órdenes de Riccardo Muti en ‘Nabucco’. La escenografía, tradicional pero dinámica gracias al uso de paneles y proyecciones, la firma el letón Alvis Hermanis, aplaudido por su montaje de ‘Die Soldaten’. A la batuta, el joven Michele Mariotti, Premio Abbiati de los críticos italianos en 2016. Como habitual del bel canto rossiniano, acompaña las voces con complicidad, y ofrece una lectura elástica y delicada. Meses después de esta grabación, debutaría en el festival de Salzburgo, estrenaría ‘Lucia di Lammermoor’ en Londres y ‘La bohème’ en el Teatro Comunale de Bolonia, de donde es director musical.
‘Idue Foscari’, de 1844, se basa en un drama de Lord Byron de 1821 sobre Francesco Foscari, gobernante de Venecia, y su hijo Jacopo, acusado de traición. A Verdi le fascinaba el tema, «lleno de pathos», y para este encargo del Teatro Argentina de Roma volvió a colaborar con el libretista Francesco Maria Piave (Ernani, Macbeth, Rigoletto). Por primera vez, abordaba el conflicto entre los sentimientos y el deber, tan característico de sus obras posteriores: aquí, el Dux, leal a su patria, ordena -a su pesar- que el joven sea desterrado. El hombre más poderoso no es capaz de salvar a su ser más querido, como le sucedería más tarde al Felipe II de ‘Don Carlo’. El texto no había pasado el filtro de La Fenice (porque contenía críticas a familias históricas de la República), pero sorteó la censura papal en Roma.
En aquellos años, después del triunfo arrollador de ‘Nabucco’, al compositor le llovían ofertas de los teatros, a las que no sabía decir que no. Así, elaboró bajo presión, sin retoques ni sutilezas, once títulos entre 1844 y 1851, período que denominaría «anni di galera». Para ello, recurrió a fórmulas del bel canto, con sus números cerrados para la exhibición vocal. Pese a todo, su inspiración era tan grande que partituras como la de ‘I due Foscari’, aun con altibajos, contienen no pocas melodías brillantes y arranques de energía como Odio solo, la cabaletta de Jacopo. Además, esta obra presenta varias novedades. Para empezar, el uso de los leitmotive para describir a los personajes (la agitada Lucrezia, el caminar lento del Dux), así como algunos efectos armónicos y modulaciones instrumentales. Pero sobre todo su tono grave y pesimista: Verdi compuso esta tragedia devastado por la muerte de su mujer y sus dos hijos en una epidemia. La atmósfera opresiva, melancólica, da unidad y se adelanta 13 años a otro drama situado en una república marítima, en ese caso Génova: ‘Simon Boccanegra’.
A sus 77 años, con 150 títulos a sus espaldas y unas 3.500 funciones, el desgaste inevitable de la voz supone incluso una ventaja: el anciano Francesco Foscari debe sonar frágil, seco. A falta de graves, en Plácido perviven su timbre inconfundible, presencia y musicalidad y, ante todo, su sentido dramático en cada frase, empezando por los recitativos. Su sufrimiento nos duele. Y lo asombroso es que mejora en cada nueva interpretación. Debutó en Valencia en 2013, continuó en Londres al año siguiente, logró una versión superior en Barcelona en 2015 y se coronó en La Scala. Esta última producción llegará este jueves a Cines Van Gogh a las 20:00 horas.
Junto a Domingo, de nuevo, el tenor Francesco Meli, de bello centro y fraseo matizado. Y un descubrimiento: la poderosa soprano napolitana Anna Pirozzi, ágil y segura, que irrumpió en 2013 con una sustitución en Salzburgo, a las órdenes de Riccardo Muti en ‘Nabucco’. La escenografía, tradicional pero dinámica gracias al uso de paneles y proyecciones, la firma el letón Alvis Hermanis, aplaudido por su montaje de ‘Die Soldaten’. A la batuta, el joven Michele Mariotti, Premio Abbiati de los críticos italianos en 2016. Como habitual del bel canto rossiniano, acompaña las voces con complicidad, y ofrece una lectura elástica y delicada. Meses después de esta grabación, debutaría en el festival de Salzburgo, estrenaría ‘Lucia di Lammermoor’ en Londres y ‘La bohème’ en el Teatro Comunale de Bolonia, de donde es director musical.
‘Idue Foscari’, de 1844, se basa en un drama de Lord Byron de 1821 sobre Francesco Foscari, gobernante de Venecia, y su hijo Jacopo, acusado de traición. A Verdi le fascinaba el tema, «lleno de pathos», y para este encargo del Teatro Argentina de Roma volvió a colaborar con el libretista Francesco Maria Piave (Ernani, Macbeth, Rigoletto). Por primera vez, abordaba el conflicto entre los sentimientos y el deber, tan característico de sus obras posteriores: aquí, el Dux, leal a su patria, ordena -a su pesar- que el joven sea desterrado. El hombre más poderoso no es capaz de salvar a su ser más querido, como le sucedería más tarde al Felipe II de ‘Don Carlo’. El texto no había pasado el filtro de La Fenice (porque contenía críticas a familias históricas de la República), pero sorteó la censura papal en Roma.
En aquellos años, después del triunfo arrollador de ‘Nabucco’, al compositor le llovían ofertas de los teatros, a las que no sabía decir que no. Así, elaboró bajo presión, sin retoques ni sutilezas, once títulos entre 1844 y 1851, período que denominaría «anni di galera». Para ello, recurrió a fórmulas del bel canto, con sus números cerrados para la exhibición vocal. Pese a todo, su inspiración era tan grande que partituras como la de ‘I due Foscari’, aun con altibajos, contienen no pocas melodías brillantes y arranques de energía como Odio solo, la cabaletta de Jacopo. Además, esta obra presenta varias novedades. Para empezar, el uso de los leitmotive para describir a los personajes (la agitada Lucrezia, el caminar lento del Dux), así como algunos efectos armónicos y modulaciones instrumentales. Pero sobre todo su tono grave y pesimista: Verdi compuso esta tragedia devastado por la muerte de su mujer y sus dos hijos en una epidemia. La atmósfera opresiva, melancólica, da unidad y se adelanta 13 años a otro drama situado en una república marítima, en ese caso Génova: ‘Simon Boccanegra’.