La negra desolación vuelve a los Ancares, otra vez

A falta de balance de hectáreas quemadas, el incendio de Sésamo vuelve a dejar lamentables estampas en el monte en plena Reserva de la Biosfera de los Ancares

Diana Martínez
17 de Marzo de 2017
Vista de una de las zonas quemadas cerca de Sésamo, donde se aprecian calcinadas matas de árboles y zonas de brezo. | D.M.
Todo parece transcurrir con normalidad el día después de las llamas. Los paseantes, corredores y ciclistas trazan, como cada día, la carretera de Ancares. Hay quien poda los castaños, recoge leña, ara las tierras y hay quien hace fotos de lo quemado.

Un rebaño de ovejas pasta en el único espacio de hierba verde que ha quedado entre los arbustos, sotos y zarzales arrasados por unas llamas que han calcinado hasta las maderas del cercado de su redil a las afueras de Sésamo, donde vieron empezar el fuego.

Todo parecería igual, si no fuera por el olor a ceniza que rodea la boca del valle de Ancares, otra vez castigado por el infierno de los fuegos forestales. Todo parecería igual si no fuera que el monte está negro. De un negro que no se aprecia en las fotos. De un negro casi imposible de describir. De un negro que hay que ver con ojos propios para ser consciente de las dimensiones de lo que se ha perdido entre las llamas, una vez más.

Sólo tres vecinos habitan en el pueblo de Villar de Otero, uno de los primeros del arranque de la carretera que sube al valle de Ancares, en dirección a Candín.  El temor de que en algún momento de la tarde del miércoles las llamas pudieran acercarse de forma peligrosa al pueblo, planteó un posible desalojo que al final no fue necesario, porque los medios de extinción del Servicio de Incendios de la Junta de Castilla y León controlaron el frente que se dirigía hacia las casas.

Las llamas que habían comenzado a mediodía varios kilómetros más abajo, muy cerca de Peña Piñera y empezó a ascender por el valle dejando arrasados  buena parte de los parajes de Hórrea, Rececil, Rellán, La Campa de Fontoria y Tierras Rojas.  Monte de brezo y retama, pinos, castaños y algunas matas de robles y encinas se quedaron por el camino al paso del fuego, mientras varios helicópteros y cuadrillas se esforzaban en poner freno a los frentes.

En algunos de esos parajes, los brotes de árboles y arbustos apenas comenzaban a brotar después de los incendios que el pasado verano y a  pesar de un invierno bastante seco que no ha ayudado en casi nada.

La zona quemada este miércoles está muy cerca de los montes arrasados por el macroincendio de Fabero que superó en septiembre del pasado año las 2.500 hectáreas calcinadas.

Bajo los castaños quemados más cerca de la carreteras hay un colchón de cenizas en las que se hunden los pies de quien se acerca a sacar fotos de los troncos quemados y una especie de calima grisácea se posa en la piel de los brazos en manga corta y de los coches.

Muchos curiosos se acercaban ayer hasta las inmediaciones del pueblo de Villar de Otero, donde, pese a haber muy pocos residentes estables, sí hay varios vecinos de pueblos cercanos que tienen allí huertos, corrales de animales y casas en las que pasan parte del día. También hay muchas casas nuevas y arregladas de veraneantes.

Un empresario de turismo rural de un establecimiento cercano lamenta con rabia que la historia se repita otra vez más, preguntándose cuándo y cómo se va a hacer frente a esto «¿Qué están haciendo por el monte? ¿Qué están haciendo por la Reserva de Ancares? ¿Por qué no se hace algo para aprovechar la biomasa del monte en vez de estar viendo esto una y otra vez? ¿Por qué se siguen dando permisos de quema de rastrojos?» No lo entiende.

El alcalde de Vega de Espinareda, Santiago Rodríguez, insiste en que «algo hay que hacer, porque esto ya no puede ser». Plantean una reunión de alcaldes con la Junta para buscar alguna otra medida preventiva a la vista de que las que se hacen, no funcionan. Y siempre con la alerta de que en otra de estas tardes calientes de primavera, se empiece a ver humo de nuevo.