Benjamín Gallego Campos nació hace 100 años en Villarmún, un pequeño pueblo perteneciente al ayuntamiento de Gradefes, a 20 kilómetros de la capital leonesa.
De familia de labradores, ingresó en el Ejército el 18 de julio de 1937 y sin saber casi dónde estaba la estación de tren, se fue junto con sus quintos y en plena guerra a hacer la instrucción a África. Fue la primera vez que vio el mar.
Estuvo en el frente en Segovia, Zaragoza, Guadalajara y Cataluña. Como recompensa a sus méritos y buenos servicios le fueron concedidas tres medallas: una de campaña, una cruz roja y una cruz de guerra.
Tras 4 años 3 meses y 10 días volvió a Villarmún para casarse con una joven Lucrecia, que "le había estado guardando la ausencia", según explica él. Juntos tuvieron tres hijos (Priscila, Manuel y Ángel).
Compaginó su oficio de labrador con sus incansables paseos en bicicleta. Gustaba de bajar hasta León, donde cargaba a su compañera de dos ruedas de productos que llevaba hasta Villarmún. Éste fue su medio de transporte cuando se fue a trabajar en la ‘línea’ montando y pintando esas torres enormes que empezaban a cruzar el paisaje de la provincia llevando la alta tensión a todas partes. Hasta el Puerto del Manzanal llegó a pedalear para «traer el jornal a casa y algún regalín para sus chavales».
Con el paso de los años sus hijos, conocidos en toda la región, crecieron. Benjamín y Lucre comenzaron a recibir con alegría la llegada de sus nietos, 10; y después de sus biznietos, 14. Lucre no les conoció a todos, tras 69 años de matrimonio, dejó a ‘Jamín’ solo en el viaje de la vida.
Este popular vecino bromeaba con la idea de que, que si su primera biznieta no tardaba mucho, él podría tener tataranietos. Y así fue, hoy tiene dos tataranietos a los que se que hace carantoñas y que siempre le provocan una gran sonrisa.
Sus conocidos aseguran que «el abuelo Jamín a penas necesita su bastón, es independiente prácticamente para todo, se interesa por lo que su prole hace, lo que estudian los pequeños, los trabajos de los más mayores, y se preocupa porque todos estén bien».
Hace unos días, el entrañable Jamín soplaba las 100 velas de su tarta acompañado de todos sus seres queridos. «Queremos seguir disfrutando de tu compañía y charlar contigo cada vez que vengas por tu pueblo», expresaban sus conocidos. «Para ti nuestro cariño», han finalizado.
De familia de labradores, ingresó en el Ejército el 18 de julio de 1937 y sin saber casi dónde estaba la estación de tren, se fue junto con sus quintos y en plena guerra a hacer la instrucción a África. Fue la primera vez que vio el mar.
Estuvo en el frente en Segovia, Zaragoza, Guadalajara y Cataluña. Como recompensa a sus méritos y buenos servicios le fueron concedidas tres medallas: una de campaña, una cruz roja y una cruz de guerra.
Tras 4 años 3 meses y 10 días volvió a Villarmún para casarse con una joven Lucrecia, que "le había estado guardando la ausencia", según explica él. Juntos tuvieron tres hijos (Priscila, Manuel y Ángel).
Compaginó su oficio de labrador con sus incansables paseos en bicicleta. Gustaba de bajar hasta León, donde cargaba a su compañera de dos ruedas de productos que llevaba hasta Villarmún. Éste fue su medio de transporte cuando se fue a trabajar en la ‘línea’ montando y pintando esas torres enormes que empezaban a cruzar el paisaje de la provincia llevando la alta tensión a todas partes. Hasta el Puerto del Manzanal llegó a pedalear para «traer el jornal a casa y algún regalín para sus chavales».
Con el paso de los años sus hijos, conocidos en toda la región, crecieron. Benjamín y Lucre comenzaron a recibir con alegría la llegada de sus nietos, 10; y después de sus biznietos, 14. Lucre no les conoció a todos, tras 69 años de matrimonio, dejó a ‘Jamín’ solo en el viaje de la vida.
Este popular vecino bromeaba con la idea de que, que si su primera biznieta no tardaba mucho, él podría tener tataranietos. Y así fue, hoy tiene dos tataranietos a los que se que hace carantoñas y que siempre le provocan una gran sonrisa.
Sus conocidos aseguran que «el abuelo Jamín a penas necesita su bastón, es independiente prácticamente para todo, se interesa por lo que su prole hace, lo que estudian los pequeños, los trabajos de los más mayores, y se preocupa porque todos estén bien».
Hace unos días, el entrañable Jamín soplaba las 100 velas de su tarta acompañado de todos sus seres queridos. «Queremos seguir disfrutando de tu compañía y charlar contigo cada vez que vengas por tu pueblo», expresaban sus conocidos. «Para ti nuestro cariño», han finalizado.