Los datos, o cuando menos los signos externos, de que el verano está a la vuelta de la esquina son irrefutables.
Las casas de pueblo con aleros al abrigo, los campanarios que miran al sol y los pajares vacíos, que son muchos, ya están recibiendo a las oscuras golondrinas dibujando versos.
Pero, sobre todo, de buena mañana se escucha a la vez el sonido fuerte y bronco de las viejas segadoras de toda la vida, las Alfa Laval o las Bertolini, que caminan con sus peines amenazantes con destino a los prados y dehesas que han visto cómo el sol de estos días ha secado la escasa hierba que este año nos ha regalado la madre naturaleza. «Otro invierno que van a tener que comer de restaurante», dicen los resignados ganaderos.
Y a la vez, aunque tapados por el potente ruido de la Alfa, suenan discretos los cortacésped de los veraneantes a los que algún vecino ya le da el primer corte a la cuidada huerta. Son los herederos de la vieja expresión de que «la hierba se siega a guadaña y el césped enchufando una máquina a la luz».
El césped de la foto espera corte, que no tardará en llegar. Y cuando se haya consumado el corte el sofá, tresillo, escaño o similares acogerá la siesta de quién combatirá la modorra y la canícula ahí tumbado. Eso ya es el verano en su más puro esplendor.
¿Pero qué es una siesta sin tres gatos que te cuiden? Nada, un fiasco.
Las casas de pueblo con aleros al abrigo, los campanarios que miran al sol y los pajares vacíos, que son muchos, ya están recibiendo a las oscuras golondrinas dibujando versos.
Pero, sobre todo, de buena mañana se escucha a la vez el sonido fuerte y bronco de las viejas segadoras de toda la vida, las Alfa Laval o las Bertolini, que caminan con sus peines amenazantes con destino a los prados y dehesas que han visto cómo el sol de estos días ha secado la escasa hierba que este año nos ha regalado la madre naturaleza. «Otro invierno que van a tener que comer de restaurante», dicen los resignados ganaderos.
Y a la vez, aunque tapados por el potente ruido de la Alfa, suenan discretos los cortacésped de los veraneantes a los que algún vecino ya le da el primer corte a la cuidada huerta. Son los herederos de la vieja expresión de que «la hierba se siega a guadaña y el césped enchufando una máquina a la luz».
El césped de la foto espera corte, que no tardará en llegar. Y cuando se haya consumado el corte el sofá, tresillo, escaño o similares acogerá la siesta de quién combatirá la modorra y la canícula ahí tumbado. Eso ya es el verano en su más puro esplendor.
¿Pero qué es una siesta sin tres gatos que te cuiden? Nada, un fiasco.