Encuéntrate a ti mismo

15 de Septiembre de 2022
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Pocos desvanes con más magia que una vieja sacristía de esas olvidadas de nuestros pueblos, de aquellas que fueron el centro de la vida, el lugar de las filminas y las catequesis, del olor a incienso que ha tornado en sabor a humedad.

Todo puede andar arrumbado por sus paredes y rincones, por sus cajones y viejos altares cambiados por otros más modernos. Muchas piezas que nos recuerdan la histórica máxima de la casa: «Todo es bueno para el convento». Y lo que fueron unos tanques de latón que algún día dejó un vecino para cualquier función se convierten en floreros que alargan por unos días la vida de los ramos que llevaron hasta la olvidada iglesia para que lucieran el templo en la misa mayor del día de las fiestas patronales, una de las pocas ocasiones en las que la campana vuelve a congregar a los vecinos con alegría, que la mayoría de las veces llaman a funeral, a un vecino menos, a una casa que se cierra, a recuento de los muchos vecinos que se van frente a los pocos que regresan.

Y hasta el bueno del santo Antonio, el de Padua, que reinó en mitad del retablo –pues no en vano era él quien escuchaba las oraciones para recuperar las cosas perdidas– tendrá que rezarse a sí mismo para que alguien lo coloque nuevamente en el altar y puedan decir los vecinos que apareció el San Antonio que se había perdido. Los milagros son así.