Emilio el de Piedrafita, que pasó muchos inviernos enterrado entre grandes nevadas como único vecino del pueblo, cuando bajó para León le gustaba sentarse en un banco y ver pasar a la gente. Ysacaba conclusiones:«Aquí la gente va muy deprisa pero no va para ninguna parte», te contaba mientras te daba detalles:«Esa mujer de las prisas pasó hace cinco minutos y nada llevaba y nada trae;es decir, no iba a nada».
Ellos se rigen por otros códigos. Las famosas tapas de León tampoco le seducían y cuando se las ponían las devolvía con un seco comentario:«Yo, señor, como en mi casa».
Por eso, cuando supo que había gente que corría por correr no pudo evitar rascarse la cabeza debajo de su boina.
- ¿Huyen de alguien?
- No, les gusta correr.
Lo pensó un rato y sentenció:«Bueno, ellos no hacen daño a nadie y si les gusta».
Dicen que el mayor problema que tuvo Pedro Pidal, El Marqués, para convencer a El Cainejo de que le llevara hasta la cumbre del Naranjo y ser los primeros en hacerlo era responderle a una pregunta muy sencilla:«Pero, ¿a qué vamos?».
Pensaba en ellos, en Emilio y Gregorio El Cainejo, viendo la paliza que se metieron los que corrían la Trascandamia. Iba a decir una inconveniencia en la barra del bar cuando pensé en las dos cosas, «no hacen daño a nadie», que ya es mucho; «y no van a pillar nada», que es mucho más.
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