Un siglo y 4 años de "paisano"

Antonio Alvarado, un viejo luchador, pastor y policia, exalcalde de Crémenes. Este sábado cumplió 104 años llenos de lucidez y de recuerdos, de generosidad con todo los que le rodean, haciendo buena la definición que más le asignan: "Un paisano"

Fulgencio Fernández
10/07/2016
 Actualizado a 17/09/2019
Antonio Alvarado Largo sopla las velas de su 104 cumpleaños después de haberle echado a la familia el "tradicional discurso del 8 de julio".
Antonio Alvarado Largo sopla las velas de su 104 cumpleaños después de haberle echado a la familia el "tradicional discurso del 8 de julio".
Tal vez quien  mejor defina a alguien es la opinión de quien no está muy cercano a él. Javi Ponga, candidato por el PPen Crémenes contra Antonio Alvarado, candidato del PSOE, no duda un segundo cuando le preguntas por su antiguo rival político:"¿Antonio? Es un paisano". Y Ponga es de esos para los que "paisano" es el mejor sinónimo de buena gente, de integridad.

Ángel Alonso fue quien acabó con su voto con la etapa de alcalde con Alvarado en el Ayuntamiento de Crémenes. Y  recordaba que "fui a verlo porque cumplía 104 años, voy mucho, es un buen paisano. Le hablé de aquella época y me dijo no solo que no guardaba ningún rencor por no haber pactado con él sino  que me animó a ser un buen alcalde (Alonso lo va a ser en la segunda mitad de la legislatura) y me confesó que había pensado entonces en cederme la alcaldía, pero que las cosas fueron como fueron. Es muy buen paisano". Y para Ángel Alonso la palabra paisano también es sagrada.

Felipe León, el histórico campeón de lucha leonesa, siempre me dice lo mismo cuando me encuentra: "¿Cuándo vamos a ver a Alvarado el de Remolina? Ya tiene más de cien años y se acuerda de todo, te habla de El Sastrín, que es el único vivo que luchó con él y Antonio también fue muy bueno, de los mejores de aquella comarca, y los hubo buenos".

Podría seguir, no hace falta para explicar que lo primero que despierta el nombre Antonio Alvarado es cariño, como vecino, como luchador, como alcalde... y como memoria viva de unos tiempos y de unas tierras, las suyas, las de la montaña de Riaño y su Remolina, donde sigue viviendo, donde mantiene la puerta y la memoria abiertos a disposición de quien quiera mantener una más que agradable conversación con él.

Este sábado hacía 104 años, en familia, como le gusta, con sus 5 hijos, con los nietos y biznietos, con los recuerdos y con su herencia ‘parlamentaria’ de sus años de alcalde. "Claro que nos echó el discurso antes de comer, ¡cómo no!, como hace siempre y, como en los últimos diez años, nos dijo que ya era el último año. Por suerte se equivoca", dice uno de sus nietos.

—¿Qué es lo que más te apetecería para este cumpleaños?; le preguntó Ángel Alonso hace unos  días.

—No sé, tal vez fumarme un purín, de esos pequeños que hay ahora. Algunas veces me dan ganas de ir hasta Riaño a comprarme uno.

—¿No habías dejado de fumar?

—Sí, ya hace diez años, pero de vez en cuando me viene la cosa.

Lo curioso del caso es que Antonio Alvarado ya había sido un fumador tardío, que empezó a fumar con 60 años.

Les recordó en su discurso cómo nació en Remolina, cómo creció allí, cómo se tuvo que buscar la vida en tiempos difíciles, una historia que cuenta de una forma muy curiosa y detallada pues en su cabeza está grabada su vida. "Nací ya hace bastante tiempo, el 8 de julio de 1912, aquí mismo, en Remolina. El que no se podría acordar de las fechas de nacimiento nuestras es mi padre, pues éramos quince hermanos. Vosotros que andáis por ahí encontraréis Alvarados en el sitio más insospechado, pues lo más fácil es que sean parientes míos".

Con quince hermanos es fácil imaginar que había que "andar listo" y buscarse la vida desde temprana edad. Antonio Alvarado lo hizo, aunque sus padres intentaron darle un futuro muy habitual en aquellos años, ir a los frailes, en su caso, o los curas: "Yo fui para los Oblatos, en el País Vasco. "Me acuerdo de cuando marchamos. Íbamos en el tren de vía estrecha y yo cantaba una copla que decía que ‘si yo fuera cazador, compraría una escopeta para cazar codornices de esas que gastan peineta’". Sonríe al recordarlo antes de aclarar que "aquello de fraile la verdad es que no cuajó".

Y comenzó un nuevo camino para Antonio. "Dejé la carrera de fraile y empecé otra, la de pastor. Suena raro que le llame otra carrera a ser pastor, pero así funciona, hay que empezar por abajo, de motril, e ir subiendo. Y de motril empecé yo y subiendo y bajando, haciendo la trashumancia de aquí a Extremadura y al revés, pues di en persona. Como antes lo había sido mi abuelo, un rabadán del que me hablaron mucho las gentes que lo trataron y me hablaban con el mismo cariño que espero que se hable de mí".

Y da la impresión de que lo ha logrado, aunque Antonio abandonó la carrera de pastor para seguir otros caminos. Y en aquella época era la fiebre de la minería en el Valle de Sabero y también fue minero muy joven, como había sido pastor siendo casi un niño, con 14 años. "Cuando lo pienso me doy cuenta de que anduve los tres caminos que teníamos los mozos de Remolina en aquella época: O al seminario, que estuve; o pastor, que hice la carrera; o minero... Bueno, también emigraba mucha gente, entre ellos algún hermano mío, pero ese camino yo no lo cogí".
Probé los tres caminos que teníamos en un sitio como Remolina:Fui a los frailes, fui pastor trashumante y entré en la mina
Pero, como le ocurrió a tantos otros en aquellos tiempos, todos los caminos se estrellaron contra la guerra. Tuerce el gesto cuando a su excelente memoria le arranca los recuerdos de la guerra, días muy duros en Asturias, Aragón, Teruel... la famosa batalla del Ebro y Gandesa, el frente de la canción. Marchó un niño minero y pastor y regresó un cansado veterano de guerra que buscó una nueva carrera, policía, con destinos como Bilbao (dos veces), Barcelona o Madrid. Un camino más tranquilo hasta la jubilación, que le permitió regresar a su tierra, a su pueblo, a esa comarca en la que era un tipo querido y un antiguo luchador que había defendido el honor de su pueblo con muchos éxitos: "Gané dos veces en Riaño y una tercera llegué a la final con Crescencio, El Pastor el de Prioro. Él pesaba más, yo era más ágil. Se plantó en el medio del corro y no fui capaz de tumbarle... pero él a mí tampoco. Había que aguantar tieso, que era mucho honor y allí se ganaban cien pesetas, bien lo sé yo de cuando salí campeón".
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