Un hogar de paso donde reparar las alas

El piso de acogida de Fundación Cauce pretende ser mucho más que un techo para personas sin recursos que buscan un empujón para normalizar su vida

I. Herrera
28/08/2016
 Actualizado a 17/09/2019
José Luis es el más veterano de los inquilinos del piso que Fundación Cauce tiene en León, en septiembre hará un año que llegó . | DANIEL MARTÍN
José Luis es el más veterano de los inquilinos del piso que Fundación Cauce tiene en León, en septiembre hará un año que llegó . | DANIEL MARTÍN
Abre la puerta José Luis. Tiene un aspecto estupendo y una sonrisa que, como siempre, le llena la cara. Por detrás de él, en el pasillo, otras dos personas aguardan la visita. Son Enrique y Alfredo, otros dos de los cinco inquilinos del piso de acogida que la Fundación Cauce tiene en León. Faltan dos, a uno le esperan a las tres de la tarde, está en el Hospital recibiendo tratamiento de diálisis; el otro vive sus últimos días en el piso porque ya ha encontrado trabajo y pronto empezará a volar solo.

Los tres anfitriones enseñan la casa, su casa, con ilusión. Primero las habitaciones, cinco en total. En realidad eran cuatro, pero en Cauce han decidido aprovechar el salón para dar una oportunidad más, pues no son pocos los que están esperando un brazo como éste al que agarrarse. No hay grandes ostentaciones, pero es mucho más de lo que han tenido durante mucho tiempo. Cuánto se puede llegar a apreciar un colchón con unas sábanas y una buena manta después de haber conocido lo que es dormir sobre un puñado de cartones... Algo de ropa –la mayoría dada–, enseres de higiene personal y las cosas personales que han ido cargando a la espalda a lo largo de su periplo por las calles y albergues que ahora encuentran un estante donde reposar.

El baño, extremadamente limpio y ordenado, y una cocina reluciente que es la que hace las veces de salón. Todavía es pronto para ponerse con la comida, pero Enrique, que es el encargado hoy de cocinar, ya tiene diseñado el menú: patatas y cebollas hervidas. No ponen muy buena cara sus compañeros, pero es lo que toca, el que cocina decide, pone la mesa y friega, sistema de turnos, un día cada uno, y Enrique no se caracteriza por su maña ante los fogones.

La comida del mediodía es la única que hacen juntos, norma de la casa, desayuno y cena cada uno por su cuenta. Normalmente por las mañanas acuden a la sede de la Fundación Cauce en León para cumplir con sus cometidos, formarse y buscar trabajo (otra de las contraprestaciones que se les exige para poder ocupar una plaza del piso) tutelados por la técnico de Cauce, Carmen, que estos días está disfrutando de sus más que merecidas vacaciones. Pero hoy han cambiado los planes para atender la visita dispuestos a contar cómollegaron hasta aquí y lo mucho que supone para ellos tener una habitación a la que regresar cada noche. Con ese objetivo cada uno coge asiento alrededor de la mesa de la cocina y allí, sobre el hule de motivos neoyorquinos nos sirven su historia sin cocinar, en crudo.

José Luis es el más veterano del piso –en septiembre cumplirá el año– y su historia ha llenado ya las páginas de este periódico, así que con él ya no hace falta romper el hielo, sólo que nos ponga al día de las novedades. La primera vez que se sentó detrás de una taza de café a relatar su historia apenas llevaba un mes en el piso, se le veía mucho más frágil y vomitar sus últimos meses requería un gran esfuerzo porque todavía dolía demasiado. La fulminante enfermedad de su pareja le dejó sin nada tanto en lo emocional como en lo material. Había dejado su trabajo para atenderla en sus últimos días y después no fue tan fácil volver a encontrar un empleo. Fue cuestión de tiempo que se agotaran los recursos económicos y que ya no quedase nada que vender para poder pagar el piso. En ese momento, y aún en pleno duelo, regresó a León, su tierra, como si sus calles fueran más hogar que las de la provincia donde se le escapó el amor, la estabilidad y, a punto estuvo, la vida. En noviembre todavía estaba muy tocado, y eso que aseguraba que después de haber conocido a Carmen volvió a creer que veía una luz al final del túnel.

En este tiempo se ha ido acercando cada vez más a la salida y sólo hay que verle y escucharle. Se le nota fuerte e ilusionado, aunque falta lo que falta, el trabajo. De momento ha tenido alguna pequeña oportunidad como extra en un conocido restaurante leonés. Es su campo, es lo que controla y ha sido una experiencia para él más que reconfortante. "Encantado, yo estuve encantado, y creo que ellos también quedaron muy contentos", pero claro, ahora no necesitan a nadie y a José Luis le toca seguir esperando, pero al menos espera ya con una pizca más de entusiasmo. Puede y lo sabe, y se lo agradece sobre todo a Cauce, aunque lo cierto es que el mayor mérito es el suyo porque no siempre sabe uno dejarse ayudar.

Alfredo empieza dando alguna pincelada de su periplo por los serviciossociales, pero con cierto recelo a profundizar, así que Enrique toma la palabra. También le cuesta al principio, pero va cogiendo confianza y pone su historia sobre el mantel. La crisis de la construcción le puso en jaque. No veía muchas opciones de jugada para salir del atolladero, así que cuando ya se vio en la calle y se enteró de que en León también había comedor social a la hora de la cena (cosa que en Zaragoza, donde estaba, no) aquí se vino con su saco y su manta un otoño de hace unos cuantos años (no sabría decir exactamente cuándo). "No quise albergue, prefería dormir en un cajero y poder ver el fútbol".

Ha sido perceptor de ayudas, de esas que te quitan el hambre, pero no te permiten llevar una vida normalizada. "La adminsitración piensa que con darte un dinero ya ha cumplido, y lo verdaderamente importante es el seguimiento, ayudar al usuario a gestionar esa ayuda", opina Sara, técnico de Fundación Cauce que ha venido desde Valladolid para ver cómo van las cosas por el piso.

Volviendo a Enrique, trabajó de forma puntual en el campo a cambio, prácticamente, de alojamiento, comida y tabaco (su único vicio, cuenta mientras pregunta si hay inconveniente en que se líe un cigarro, "estás en tú casa", es la respuesta). Relata cómo no hace tanto estaba durmiendo en un cajero de una céntrica avenida leonesa, nueve mesescon sus nueve noches fue su lugar al que volver. Esto le obligaba a levantarse pronto, muy pronto, cuando todavía quedaban un par de horas para poder ir a desayunar al comedor de la Asociación Leonesa de la Caridad, así que lo que hacía –él, y seguramente unos cuantos más– era irse a la estación de tren o de autobús a calentarse un poco en un radiador cargando, un día tras otro, con lo poco que tenía. Por eso será que aprecia tanto tener un lugar donde dejar sus cosas, muchas o pocas, las suyas.

También pasó un tiempo de ‘okupa’ en un chalé medio en ruinas hasta que las dueñas se presentaron un día a la puerta del comedor social con la Policía Local, "de muy buenas maneras", simplemente para advertirle que "aquello estaba para venirse abajo de un momento a otro". En fin, que recurrió a Cáritas, de Cáritas a Cauce y... aquí está, en el piso de acogida, desde hace poco más de un mes.

Animado quizá por la confianza que ha ido cogiendo Enrique, Alfredo también se va soltando. Es de un pueblo de la provincia, pero una decisión mal tomada en un momento de ofuscación paterna le costó un disgusto con un vecino. Es otra víctima de la crisis y, además, se encuentra limitado por problemas de salud que no le permiten desempeñar ciertos trabajos, pero otros muchos sí, de hecho apenas le hace falta cotizar tres meses para poder cobrar la jubilación. Agotó el paro y ha ido cobrando ayudas, pero todo se agota y al final se encontró sin nada. Tras un tiempo en Gijón volvió a León para poder ir a visitar a su hijo a prisión todos los domingos; ese día Alfredo no cocina, alguno de sus compañeros le cambia el turno en la casa.

¿Su deseo? Lo tiene claro. Encontrar un trabajo, alquilar un piso y esperar a que su hijo pueda empezar a disfrutar de los permisos penitenciarios el próximo verano, para lo cual necesita tener una vivienda. Hay que ver su cara cuando lo formula. O la de José Luis, que está desando echar a volar por su cuenta. O la de Enrique, que anhela encontrar un trabajo, cumplir con su deber como cotizante e irse a vivir la jubilación a su tierra, Valencia.

Las dificultades les han reunido bajo el mismo techo, el piso de acogida de Fundación Cauce. Pero lo que han encontrado es mucho más que un techo, es un hogar, con todo lo que ello conlleva, discusiones a veces y buenos ratos muchas otras. A días se cuentan chistes y a días lloran penas. Pero hoy están mejor que ayer, Fundación Cauce les ha dado una oportunidad, aprovecharla depende de ellos. El objetivo: que hoy estén peor que mañana.
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