Museo, desván y novela

06/06/2017
 Actualizado a 15/09/2019
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Cada sacristía es un museo. Cada sacristía es un desván. Cada sacristía es una novela.

Juntos y por separado, como la anécdota de la moto y la ‘amoto’.

Dale hilo a la cometa de la imaginación con las vidas de los santos ahí aparcados, arrumbados contra la pared del tiempo y el olvido, testigos de los años en los que fueron altar y retablo, en los que salían en procesión en las fiestas mayores. Dale hilo a la historia de San Alejo el Mendigo, que vivía debajo de la escalera para no tener que consumar el matrimonio con su bella esposa. O la de San Juan Clímaco, que ganaba méritos para el camino de la perfección no perdiendo tiempo en conversaciones inútiles. Nunca fue diputado ni senador.

Cada sacristía es un desván y aquellos santos Isidro que nuestros ganaderos sacaban con fe y la esperanza de que volviera a arar los campos mientras los agricultores descansaban permanecen cubiertos de polvo en un rincón con el rejo del arado roto para que nuestros campesinos tengan muy claro que no va a hacerles el trabajo. «Si no se lo hace el Ministerio de Agricultura, que es a quien le echan la limosna...» parecen decir.

Cada sacristía esconde una novela. O muchas. Desde los recuerdos del pequeño sacristán que todos llevamos dentro hasta donde quieras llegar.

Y lo mejor es que te pongas a escribirla si no corres el peligro de que la escriba Juan Manuel de Parda o haga una película Franco Zeferelli.
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