Los restos de las vacas gordas

Por Fulgencio Fernández y Mauricio Peña
29/09/2016
 Actualizado a 19/09/2019
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Los restos de las vacas gordas, los naufragios del Plan E, los viejos fondos europeos o los fondos Miner nos atacan desde cualquier esquina, en cualquier rincón, en medio de cualquier pueblo casi vacío.

Dársenas sin autobús, letreros del transporte escolar sin niños, templetes de la fiesta donde ya no hay fiesta pero que alguien adorna para un cumpleaños, la borregada u otras celebraciones que se resisten al olvido.

Se multiplicaron aquellos sesteaderos de piedra y teja que solo había que firmar una solicitud y te lo hacían, aunque ya no quedara ninguna vaca en el pueblo, que pasó. Odonde un presidente gallego de un pueblo leonés logró que hicieran el sesteadero en el medio del casco urbano como si sesteadero ya no significara que es una sombra para que las vacas no mosquen en los montes. Pero así fue como logró que los coches tuvieran aparcamiento en la sombra durante el verano o celebró allí las fiestas patronales, mientras las hubo, que ya no es el caso.

Y crecieron los ayuntamientos nuevos a la misma velocidad que se iban los vecinos viejos. Y los museos a medio hacer.

Y así hubo quien encontró piedra para su pared y teja para su tejado.

Mientras haya quien encuentre un lugar a la sombra, en el templete de la música que ya no hay, para leer tranquilamente un libro bien podríamos decir que no todo esta perdido para los restos de las vacas gordas.
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