Lordemanos, ¿un origen vikingo?

El doctor en Filología Románica, José Luis Gavilanes Laso, analiza uno de los topónimos más enigmáticos de la provincia leonesa

José Luis Gavilanes Laso
28/07/2016
 Actualizado a 19/09/2019
Imagen de las jornadas de recreación histórica llevadas a cabo el pasado mes de junio en la localidad de Lordemanos. | ASOCIACIÓN HISTÓRICA CABALLEROS DE ULVER
Imagen de las jornadas de recreación histórica llevadas a cabo el pasado mes de junio en la localidad de Lordemanos. | ASOCIACIÓN HISTÓRICA CABALLEROS DE ULVER
Recientemente han actuado en el pueblecito leonés de Lordemanos, Ayuntamiento de Cimanes de la Vega, los integrantes de la asociación histórica Caballeros de Ulver, agrupación berciana de inspiración medieval, representando en este caso el modo de vivir de los vikingos. Desde un punto de vista rigurosamente científico, ligar Lordemanos a un gentilicio y que como tal se relacione con aquellos temidos guerreros escandinavos bajo la imprecisión de "según muchos expertos", como dice la nota de prensa, por ser muy vaga explicación, merece mayor comentario.

En primer lugar, resulta sorprendente que los vikingos o feroces piratas venidos de tierras norteñas, antes de su cristianización –tras recalar en el litoral asturiano, gallego y portugués durante los siglos IX, X y XI, según reflejan las crónicas medievales cristianas, árabes y las sagas– no dejaran ahí rastro toponímico alguno. Y más raro si tenemos en cuenta otras tierras a las que llegaron, como Inglaterra o Escocia, donde dejaron toponimia abundante, posiblemente por ser en el caso ibérico expediciones esporádicas de ida y vuelta, y no para asentamientos comerciales, sino con el único fin de saquear, especialmente templos y monasterios como mejores depositarios de objetos de valor. Pero lo más sorprendente es que los únicos probables vestigios toponímicos vikingos en la península ibérica se sitúen en el interior, muy alejados de la zona costera. Todos aquellos que han escrito sobre la toponimia leonesa no han considerado que Lordemanos tenga su origen etimológico en un gentilicio y menos que éste fuese de origen vikingo: unos apuntan al terreno como su procedencia etimológica (Javier García Martínez); otros como proveniente del nombre de un primer poblador (Bernardino Gago Pérez). La hipótesis de asociar Lordemanos a un gentilicio, sin otra explicación más convincente, nos parece bastante aceptable.

Los topónimos gentilicios en la Península son posteriores a la primera mitad del siglo IX, se dan generalmente en plural haciendo referencia a un grupo de gente y al lugar del que proceden. Aldeas leonesas como, Bercianos del Páramo, Bercianos del Real Camino, Castellanos de Cea, Navianos de la Vega, Toldanos y acaso Cembranos lo confirman. Hay que tener en cuenta otros más o menos probables gentilicios de la misma zona o proximidades, no terminados en «-anos» como: Azadinos, Sariegos, Coreses, Vascones, Palanquinos, Villagallegos, Galleguillos de Campos, Valdefrancos, Villafaranca del Bierzo, Villamoros de las Regueras y Villamoros de Mansilla.

A esta emigración hay que sumar la proveniente del exterior de la península. Si examinamos, por ejemplo, los nombres de pobladores allende los Pirineos llegados a la villa de Santus Facundus (Sahagún), en pleno camino francés de Santiago y como consecuencia de la carta de población del rey Alfonso VI, de 1085, veremos que proceden de todas las regiones de la Europa cristiana. Los hay, en efecto, alemanes, anglosajones, normandos, lombardos, provenzales, gascones, bretones, tolosanos, borgoñones, etc, sin dejar vestigio toponímico de su asentamiento.

El problema espinoso de sustitución de normani, normanos, nordemanos, etc. (y posterior normandos, «hombres del norte»), alias vikingos, por el de lormanni, lordomani, leodomani o lordemanos, fue explicado hace tiempo por el filólogo alemán de la Universidad de Colonia, Joseph M. Piel. El hecho de que "l" alterne con "n" ("milgrana" y "mingrana", "bamboleo" y "bamboneo", "bufalo" y "bufano", o sustitución de Noroña por Loroña) es un fenómeno lingüístico de sustitución espontánea muy antiguo que hay que registrarlo como accidente fonológico castizo de disimilación. En la documentación medieval, con l- inicial aparece leodemanorum, lordemanes, lormanos, y hasta leodemoniurum (!), posible etimología popular, en que la inclusión de «demonios» manifiesta el pavor que aquella gente inspiraba a las poblaciones autóctonas, hasta el punto que en las iglesias aún indemnes se articulaba la jaculatoria en latín a furore normanorum, libera nos Domine.

Pero resta abordar todavía un problema de mayor dificultad. ¿Cómo atribuir etimológicamente un hipotético topónimo gentilicio, como Lordemanos, a unas gentes escandinavas que se asentaron en escenarios muy alejados de sus tierras de origen?, Vicente Almazán (Gallaecia Escandinávica, 1986) propone una solución bastante convincente. Tanto los topónimos portugueses en torno a Coimbra (Normam, Lorvão, Lordemão), como el de Lordemanos, en la provincia de León, se encuentran en la misma línea de lo que durante los siglos IX al XI fue la división entre la España cristiana y la España musulmana y éstas, a su vez, entre diversos reinos. Está documentado el hecho de que grupos de piratas vikingos actuaron contratados como mercenarios por uno de los bandos enfrentados para lograr ventajas en la lucha.

Lordemanos, si equivalente a normandos, hay que relacionarlo con esa contratación de mercenarios, como lo atestiguan algunos documentos. Por ejemplo, el anónimo autor de la Historia Compostelana nos suministra importantes datos a este respecto. En la guerra civil en que estaba sumido el Reino de León durante la minoría de edad de Alfonso VII, entre su madre Urraca y su padrasto Alfonso I, el Batallador, rey de Aragón, los partidarios del aragonés se vieron obligados a tomar a su servicio: "Piratas que venían del lado de Inglaterra e iban a Jerusalén, gentes sin ninguna piedad (...), degollaron a los unos y despojaron a los otros de todo cuanto poseían (…) ciegos de codicia violaron las iglesias, se apoderaron sacrílegamente de los objetos sagrados y de las personas que encontraron en ellas". La armada del hábil y ambicioso obispo de Santiago, Diego Gelmírez, partidario de Urraca, asaltó la armada de los piratas en el momento que éstos acababan de destruir una iglesia y transportaban el botín a sus barcos, arrebatándoles tres embarcaciones y haciendo gran número de prisioneros.

Hay que suponer, sin excesiva imaginación, que, como pago de los servicios prestados, hubo concesiones de tierras en condiciones similares a las efectuadas posteriormente en Portugal a mercenarios europeos después de la toma de Lisboa a los moros por fuerzas cruzadas en 1147. Así, el combate entre los ejércitos de Urraca y Alfonso, el año 1111 en Villadangos, del que salió vencedor el aragonés, se logró con el concurso de piratas vikingos ya asentados en Inglaterra, como relata la Historia Compostelana, a los cuales posiblemente hubo que pagar con tierras de cultivo.

Sea o no Lordemanos un gentilicio y de procedencia vikinga, de lo que no hay ninguna duda respecto a su procedencia es una cajita cilíndrica depositada en el Museo de la Colegiata de San Isidoro, conocida como "el idolillo escandinavo" (ya registrado por Gómez Moreno en su catálogo, aunque no de marfil, como apuntaba el erudito granadino, pues está tallado en hueso de reno), cuya filigrana zoomórfica coincide con la decoración del arte vikingo. Se trata de una excepcional obra maestra fechada en la segunda mitad del siglo X, de enigmática procedencia. Su forma singular de arte vikingo única en el mundo estuvo mucho tiempo ignorada. Un par de investigadores daneses acompañados por Eduardo Morales Romero, historiador cordobés experto en temas escandinavos, que vinieron a León atraídos por la posible conexión con el arte vikingo del báculo de San Pelagio –obispo de León entre los años 875 y 878–, depositado en una vitrina del Museo de la Catedral, se llevaron una gran decepción, pues, detenidamente examinado, no resultaba de procedencia nórdica y, además, en vez de estar fabricado en hueso o diente de morsa, era de madera. Pero, aprovechando su estancia en León, la decepción se convirtió en agradable sorpresa al comprobar la indudable procedencia vikinga del mencionado idolillo de la Colegiata de San Isidoro.
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