La intrahistoria berciana

Existen creencias populares que tienden a interpretar algunas épocas en función de prejuicios adquiridos

Marcelino B. Taboada
18/06/2017
 Actualizado a 15/09/2019
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Empezaremos por el origen del vocablo Bierzo. Es de suponer que, tal como acaece en otros pagos similares en orografía, parte de la denominación procedería del sufijo o terminación, de raíz indoeuropea ancestral, -bergh. Los ejemplos en este sentido son numerosos y explicativos. Por tanto, el étimo significa ‘lugar elevado’, en general. Se piensa que se confirmaría con esta asimilación la natural profusión de castros prerromanos y/o célticos que abundarían a lo largo de nuestra geografía. Además, el hecho geológico de disponer de un contorno escarpado y accidentado iría indiciariamente en este mismo sentido.

No obstante, la derivación -idum/-dum/-dun – a veces, en inicio de un nombre identificativo y toponímico - es más problemática y nos traslada al lenguaje celta antiguo, irlandés o incluso gaélico. La composición con el antedicho orónimo - de procedencia centroeuropea – plasmaría el primigenio intento de caracterizar nuestra comarca, en su conjunto. Por otra parte, acudiendo al ámbito diacrónico que fue adaptando el término que distinguiría finalmente nuestra área de influencia, hemos de realizar una referencia esencial a lo comentado por el bergidense y buen amigo Javier Martínez. Y, de este modo, cabe establecer – entre otras variadas clasificaciones – la trayectoria temporal en tres fases: desde una mención documental decisiva en el s. IX, cuando se hallaba consolidado ya el Reino visigodo de Toledo, pasando por las citas descubiertas en el «Tumbo viejo» del Monasterio de San Pedro de Montes (y, asimismo, en el Cartulario del Monasterio de San Salvador de Carracedo) y, en un último período, a través del extenso lapso en que el empleo alternativo de ‘b’ y ‘v’ - en calidad de letra de principio – era habitual y relativamente habitual.

En el primer espacio temporal, y por orden de antigüedad, es preciso enumerar unos exponentes comprobables: «in territorio Berizo» (857), «in territorio Bergido» (873), «populos de Bergido» (878), «in Vergidum» (883), «in terra Vergidense» (990). Una vez plasmada esta justa alusión, comenzaría un lapso caracterizado por una serie de aproximaciones a través de acepciones más continuadas y cercanas a la actual: «in Berizu» (994), «territorio Beridensi» (996), «in Bergido» (1043), «in territorio bericio» (1054), «in Berizo» (1092), «Bergidum» (1115), «Beriz» (1167),… Y se llega a su término a transcribir y contemplar, en un escrito datado en el año 1243 en el susodicho «Tumbo viejo», la denominación ‘Bierzo’. Como complemento, es de rigor subrayar que, en fechas pretéritas, se hablaba y utilizaban – entre otras diversas y a manera de localizaciones - frases con contenidos del tipo «in territorio Berzido/Bercio/Berezo». En los tiempos a venir se usarían correctamente las grafías b- o v-, más bien a conveniencia o según libre elección. La argumentación de la predilección no se acoge a razonamientos específicos, quizá porque sea un uso conforme a tradición o costumbre tendencial. De todas formas, en la última etapa y cumpliéndose ahora más de una centuria, se ha venido imponiendo la opción más similar a su fuente arcaica, o sea, respetuosa con su génesis primitiva indoeuropea.
No se puede soslayar, por otro lado, que el sustantivo normal ‘bierzo’ (empezando por minúscula) se ligaba a un paño, lienzo o tela de color blanco, que se confeccionaba en el área en torno a Bembibre, en el Bierzo Alto.

Conquista Romana


En el momento de acceder los romanos a nuestros lares, con el propósito de expandir su Imperio con campañas diseñadas al efecto, sus pobladores se distribuían en grupos o comunidades diversas, a la sazón las peculiares del pueblo astur (que, a su vez, perteneció en sus orígenes prístinos al mundo o civilización común celta). Los invasores distinguieron con acierto, entre el complejo entramado de tribus astures, a los susarri, gigurri, longei,… (en el caso de las subcomarcas o valles bercianos) y señalaron con énfasis su relación estrecha con sus correspondientes y homólogos grupos galaicos, cántabros y vacceos. En otra comparación se asemejarían, de una manera remota, a los algo enigmáticos zoelas.

En el campo más restringido la organización elemental se vincularía a las familias, en donde la preponderancia o fama era exclusivamente personal. En un campo de mayor proporción, varias familias formarían una «gentilitas» o «castellum». Una agrupación o acumulación de «gentilitas» crearía una «gens» y estas, en buena integración racional, un pueblo. Mas de lo que se trata, en calidad de intencional apreciación, es de entender la influencia del avance de las tropas romanas y la equivalencia de sus éxitos militares en la vida diaria y colectiva de los derrotados. Aunque los vencedores se insertaban en una civilización distinta y algo distante a los originarios pobladores a dominar, ante todo en los apartados políticos, de sistema de gobierno y de principios normativos y legislativos, procurarían desarrollar sus incursiones de forma rápida y coherente. Y, contando con que las tribus restringidas disponían de un ‘jefecillo’ o cabecilla, su táctica también se orientaba hacia el logro de acuerdos de rendición con promesas y concesiones en la parcela civil (y que no comportaban, en conjunto, unos menores derechos que los otorgados en el orbe latino y que suponían una seguridad de no ser sometidos a esclavitud o a tratos vejatorios).

Por lo expuesto, se debe pensar que la Batalla del Monte Medulio (tal vez, en Santo Tirso de Cabarcos, lugar de la Sierra de La Lastra) constituyera un episodio no frecuente o aislado. Hasta incluso en este enclave se concitarían tribus irredentas e irreductibles galaicas y astures (difícilmente, cántabras) que, huyendo, se refugiaron en estos escarpados y casi inaccesibles montes vírgenes. En los riscos inextricables de estos parajes resistirían vanamente los fieros y sufridos batalladores (pereciendo con toda su prole y gente, en un postrero y desesperado trance). Y, al no representar este pasaje épico una constante, no se puede pontificar sobre la presencia de lugareños esclavizados, en condiciones de sometimiento total, en la explotación aurífera de Las Médulas. A pesar de que no se niegue que una minoría padeciera tal régimen de oprobio, lo conocido va en otra dirección: los habitantes de esta macroárea se dedicaban adicionalmente a las labores estacionales de cultivo, recolección, faenas agrícolas y domésticas y hasta al cuidado de su cabaña ganadera.

Pero, a causa de que esta ingente y faraónica obra de ingenería hidráulica del genio humano se asociaba a leyes físico-mecánicas, los trabajos de arrastre, acumulación y selección no significaríann una práctica tan penosa como se nos presenta en escritos contemporáneos.

Apuntalando este parecer, es aconsejable traer a colación el contenido del Edicto de Augusto (una reproducción del cual se habilitó, al objeto de permitir admirarla en el Museo “Alto Bierzo”, de Bembibre):

- Esta Tabla grabada, valioso testimonio epigráfico, presenta una forma rectangular. Fue sacada a la luz como fruto de las catas y excavaciones efectuadas a fin de construir la A-6, en la localidad de San Román de Bembibre. El trasfondo histórico axial, en cuanto a acontecimiento imprescindible a cotejar y analizar en su cabal dimensión, se asocia a la campaña en la que se sucedieron las llamadas Guerras Cántabras (c. en el año 29 a. C.). En este documento de concesión de ventajas y prebendas, respecto a las tribus circundantes, se exime a los ‘paemeioiobri’(del clan ‘paemeiobrigens’) de contribuir con tributos a las arcas del Imperio (inmunidad fiscal), de obligaciones personales a la hora de participar en las obras públicas tenidas como indispensables o proyectadas de esa guisa… Otros diversos beneficios se sustanciarían en un catálogo de derechos ofrecidos a los respectivos residentes complacientes.

Un exponente de la discriminación de los ejércitos (bastante discrecional, conforme al criterio de los generales nombrados a los efectos de dirigir las grandes contiendas) romanos, distinguiendo las comunidades reticentes y resistentes de las amigos y colaboradoras, mostraba dos caras contrapuestas. En este hilo de calificación, los traidores (según pensamiento de los astures) «castellani paemobrigenses ex gente susarrorum» - que habían desvelado los planes de sus congéneres – eran vistos, «sensu contrario», a razón de fieles aliados. En cambio, los «castellani aliobrigaecini ex gente gigorrum» eran odiados por las fuerzas extranjeras (regimientos desplazados a tal fin expansivo) y se convertirían en objeto de castigo, escarnio e imposición de acotadas venganzas a título ejemplar.

En otro campo discursivo, es de rigor plasmar la convicción de que - en el seno de nuestras varias demarcaciones comarcales – se prodiga la existencia de huellas y construcciones de la época. Por tanto, la profusión de hallazgos, vestigios, restos y hasta infraestructuras y obras públicas, explotaciones privadas y acondicionamientos urbanísticos, de claro tinte romano, es una nota particularmente llamativa. La aculturación profunda e intensa se manifiesta, asimismo, en bastantes ramas del saber que aún conservan una constancia de un cuño latino inconfundible.


Los ‘moros’ en el Bierzo


En mi opinión, la singularidad de la ocupación musulmana de España, atestiguada por su celeridad y poco combate relativo desarrollado, denota un fácil progreso aunque frenado en ocasiones puntuales o consolidando frentes sucesivos. No es tan patente que se completara un ‘paseo militar’ pero lo que es incontrovertible se revela en la situación de un ejercicio del poder dividido y apreciablemente atomizado: la debilidad, dispersión y luchas intestinas de los señores feudales permanecía sin posibilidad de mejora. Este estado de cosas determinó, en un grado notable, la limitada capacidad de respuesta y actuaría después en contra de la anhelada unidad peninsular (Reconquista).

Una de las connotaciones peculiares de la intervención musulmana en el norte patrio es su obligación adaptativa a la intrincada topografía de los accidentes geográficos, la continuidad de valles y sierras, es decir, a todo el espacio dificultoso y escarpado del que se enseñorea la Cordillera Cantábrica. Esto explicaría, tal vez, la posibilidad de rechazo de las hordas mahometanas en la Villa de Toreno (que dio pábulo al relato legendario que loa y magnifica la valentía y coraje de un noble único, perteneciente a la saga de los Buelta). Lo desgranado viene a reafirmar la teoría de que el escenario de las confrontaciones (y el dominio de las técnicas y estrategias ‘ad hoc’) se transformarían en factores concluyentes y que ayudan a comprender los insospechados obstáculos que encontraron las huestes islámicas. Su falta de experiencia en este terreno se comprobaría nítidamente, al abordar el complejo norte cantábrico hispánico. Resultó, inversamente, que los moradores montañeses hallaban una ventaja y beneficio en su ubicación tan especial. Y ya los refugiados, a raíz de la inminente amenaza árabe, plasmarían prontamente su resistencia y alcanzarían conciencia de esta aprovechable realidad.

A pesar de infligírseles serios daños a loscristianos, producto de un ensayo fallido se produjo en la conocida y reseñable «Batalla del río Burbia» (año 791 d. C.), no cejarían en su franco propósito de rechazar a los inoportunos y acometedores ocupantes.
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