La escritura como pasión vital

Marina Tsvetáieva fue consciente de su destino de poeta y de su responsabilidad como escritora, y a dicha consciencia respondió cada día con afán y con disciplina, volcando en el papel sus sentimientos, sus temores, sus angustias, sus pensamientos y sus deseos más íntimos

Mercedes G. Rojo
21/01/2017
 Actualizado a 11/09/2019
Retrato de la poeta y escritora rusa Marina Tsvetáieva.
Retrato de la poeta y escritora rusa Marina Tsvetáieva.
Marina Tsvetáieva llegó a Astorga en la voz de sus versos una tarde de abril de 2012, en un bis a bis con los de Anna Ajmátova, la otra gran poeta rusa junto a la que destacaría en el panorama de las letras rusas, durante el pasado siglo XX.

Desde sus poemas recogidos en 'El Canto y la ceniza', llegaron en un intenso diálogo poético- musical para hablarnos de la admiración que se tuvieron mutuamente, de sus amores, de sus padecimientos y de sus respectivas posturas frente a la vida y frente a la realidad social que vivieron en una Rusia convulsa del principio al fin de sus existencias y de los sufrimientos a que dicha situación social las empujó y de cómo se convirtieron también en la voz doliente de quienes no tenían el don de la palabra, compartiendo sentimientos que desde lo personal convirtieron en universales.

Aplicaba a cada uno de sus escritos el mismo nivel de autoexigencia que si fueran a ser publicados A pesar de que su propia elección la llevó a una vida considerablemente más corta que la de Ajmátova (1889 – 1966), la obra de Marina Tsvetáieva (1892 – 1941) es mucho más extensa que la de su coetánea de San Petesburgo, pues ésta no se autoimpuso el silencio como sí lo haría por un largo periodo de tiempo su coetánea. Dicen quienes han estudiado su obra en profundidad que Tsvetáieva escribía cada mañana de su vida, sin excepción alguna, como un ritual, en un acto que era sagrado para ella y al que supeditaba cualquier otra circunstancia. Dicen que aplicaba a cada uno de sus escritos, tuvieran el destino que tuvieran, el mismo nivel de autoexigencia que si fueran a ser publicados. Y así escribió poemas, narraciones, ensayos, teatro, …, llenando cuadernos y cuadernos que cosía ella misma cuando no tenía dinero para comprárselos, incluso las paredes de las casas que fue habitando.

Marina Tsvetáieva fue consciente de su destino de poeta y de su responsabilidad como escritora, y a dicha consciencia respondió cada día con afán y con disciplina, volcando en el papel sus sentimientos, sus temores, sus angustias, sus pensamientos, sus deseos más íntimos.

Agotada de su lucha con la vida, Tsvetáieva se suicidó en 1941, poco antes de cumplir 49 años Destacaron ambas poetas desde su juventud en los círculos más reconocidos de sus respectivas ciudades (San Petesburgo y Moscú), entre nombres relacionados con las vanguardias de las que formaban parte, los de jóvenes que inventaban desde su arte un mundo de libertad, adelantándose con sus acciones a los tiempos. Un momento esplendoroso para las letras rusas, igual que lo era en la España de la época, y que la llegada de la revolución truncaría, al igual que después ocurriría aquí con el golpe de Estado. Dos regímenes diferentes con un mismo impulso, silenciar las voces destacadas si éstas no se plegaban a sus intereses. Y es que los represores, sean del signo que sean, temen siempre el poder de las palabras.

Cuando en 1913 la joven Tsvetáieva, de apenas 19 años, escuchó recitar por primera vez a Anna Ajmátova (que solo contaba tres más), se entusiasmó con ella y con su obra, y comenzó una relación de admiración mutua que las mantendría unidas hasta el final de sus días y de la que hablan muchos de sus coetáneos.

Otros detalles unen a ambas poetas más allá de su escritura: ambas publican tempranamente y lo hacen con el disgusto de sus padres, ambas se casan muy jóvenes y llegan enseguida a la maternidad y sus dificultades, pasando también por relaciones que marcan su literatura. Y las dos se inventan a sí mismas para seguir adelante por el camino que han elegido, el de la escritura, el de la poesía.

Agotada de su lucha con la vida, Tsvetáieva se suicidará en 1941, poco antes de cumplir 49 años. Meses antes había dejado de escribir lo que era para ella como dejar de vivir. En enero de 1940 le escribirá al poeta Arseni Tarkovski uno de sus últimos poemas. Quien sabe si tal vez es, también, un aviso de la decisión tomada.

Ya es hora. Para este fuego
ya soy vieja.
El amor es más viejo que yo.
Tiene cincuenta eneros
la montaña.
Más viejo es el amor:
Viejo como un fósil, viejo como una sierpe,
(…)
Pero el dolor que hay en mi pecho,
más viejo, más viejo es que el amor. (fragmento)
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