Falso documental

Bruno Marcos reflexiona sobre este género cinematográfico a raíz de la presentación de 'Leni K.', de Alberto Taibo

Bruno Marcos
23/01/2016
 Actualizado a 18/09/2019
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De entre los géneros cinematográficos que andan en circulación, sin duda, el más inquietante es este del falso documental. La contradicción de los dos términos que componen su nombre nos deja un tanto perplejos. Si el documental es fruto dela investigación y su fin es mostrar la verdad cómo puede darse un documental que mienta.
Teníamos conocimiento de que a los sistemas políticos no se les ha escapado la potencia propagandística de lo cinematográfico como medio de comunicación de masas. El totalitarismo de Hitler produjo aquellas películas con aspecto de documental de Leni Riefenstahl que magnificaron el nacional socialismo alemán o los soviéticos promovieron las de Eisenstein para sus fines comunistas. En nuestro país, por ejemplo, tuvimos el noticiero documental, No-Do, que se proyectaba obligatoriamente en los cines, de 1942 a 1976, delante de las películas y que pintaba un país desproblematizado y jovial en plena postguerra.

Hoy en día este falso documental está al margen de la propaganda y surge a partir de lecturas paródicas o críticas de la realidad política, social o del propio lenguaje audiovisual. En realidad el falso documental es una producción de ficción que utiliza los recursos formales del documental. En sí mismo es una crítica a los parámetros de verosimilitud que manejamos, dependientes no tanto de las fuentes como de una retórica, de una estética que legitima la información por una cuestión de estilo. Recursos como imágenes de archivo, voz en off, entrevistas, documentos o imágenes movidas permiten el engaño.

El antecedente más famoso es aquel ya mítico de Orson Welles en los años treinta, ‘La guerra de los mundos’, que convenció a los oyentes radiofónicos de que una invasión de extraterrestres se estaba produciendo. También está el de Radio Quito, que retransmitió la llegada de los alienígenas en los años cincuenta, lo cual causó una revuelta popular contra la emisora al saberse el engaño. En el año 2002 se realizó un falso documental que aseguraba que la llegada del hombre a la luna había sido, a su vez, también un falso documental.

En la actualidad a los falsos documentales los llamamos ‘fakes’. No hace mucho que vivimos uno titulado ‘Operación Palace’, en el 2014, del periodista y humorista Jordi Évole, que engañó durante más de media hora al país. Muchos selanzaron a las redes sociales a comentar su asombro ante la información que aseguraba, con toda la retórica documental precisa, que el golpe de estado protagonizado por el teniente coronel Tejero había sido también un falso, filmado por el director de cine –luego en gratitud oscarizado– José Luis Garci, con el fin de allanar el terreno a un gobierno de unidad nacional y salvar la democracia.

Hace pocas semanas Alberto Taibo presentó en nuestra ciudad el segundo cortometraje que ha realizado usando esta técnica del falso documental. El primero narraba la historia de un aventurero leonés desconocido, Nicanor del Valle Nistal, involucrado en extrañas e importantes operaciones que le llevaron a contactar con famosos personajes como William Randolph Hearst, el magnate periodístico norteamericano que inspiró el ‘Ciudadano Kane’ de Orson Welles, y otros como el artista Jackson Pollock, el cineasta Buñuel o Picasso. Nicanor supone una parodia de la teorías conspiratorias y de la intrahistoria, a la par que ridiculiza esas operaciones oportunistas de descubrimientos valiosísimos que nosotros vivimos tan a diario, amaneciendo un día con que Cervantes, Santa Teresa, Pilatos o hasta los Reyes Magos eran de aquí, o que somos la cuna del parlamentarismo, tenemos el Grial o, últimamente, la reliquia más preciada del mismísimo Rasputín.

La pieza que ha terminado recientemente Alberto Taibo, titulada ‘Leni K’. muestra las grabaciones que la fotógrafa y cineasta alemana Leni Kastell realizó durante su estancia en Tierra de Campos, lugar donde se refugió inmediatamente después de la derrota de los nazis en la segunda guerra mundial. Todo el cortometraje está realizado con las características de una grabación de la época, en blanco y negro, sin sonido, con el deterioro del celuloide, los rayones, las manchas, los parpadeos blancos, el temblor de la cámara o las elipsis no programadas. En las primeras secuencias logra un rotundo lirismo en paisajes invernales desiertos, nevando entre árboles. Planos fijos de espigas y de charcos tarkovskianos. Quizá lo mejor de Leni K. sea la equiparación del paisaje al interior de la protagonista, joven viuda, derrotada de una guerra, exilada, con la mala conciencia de haber sido nazi y de iniciar un amor que traicionará a su huésped y llevará a su amante al suicidio.

La voz de la protagonista anciana se monta sobre los recuerdos de aquella época que el film va proyectando para construir la narración con los recortes del diario cinematográfico de una Leni Kastell que nunca existió.
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