Facturas de la infancia

Frego era adicto a la música clásica y las cancioncillas infantiles (tan musicales) de los divinos y dorados días del ayer

Diego Medrano
24/08/2016
 Actualizado a 10/09/2019
Frego iba con su calculadora de moda. | L.N.C.
Frego iba con su calculadora de moda. | L.N.C.
Era calvo y tenía melena. No hay ninguna paradoja: la melena, como en los mejores calvos, salía de atrás, en plan tobogán. Las camisetas raídas, generalmente blancas, decoloradas por la lejía y las chucherías. Un calvo de 47 años que se engolosina cada quince minutos; ninguna contradicción: los mejores calvos tienen todos, añadidas, unas caries de boca de metro. Frego, nuestro personaje, estaba obsesionado con la infancia, y solía repetir en alguna cafetería cercana al Toysrus de turno:

– No hay nada mejor que una infancia con secretos.

Si le decías o preguntabas si estaba pirado, si le faltaba un tornillo, la respuesta era todavía mejor:

– Mi único problema, tron, es que sueño demasiado.

Soñaba demasiado, sí, pero en pantalones cortos. Frego era adicto a la música clásica y las cancioncillas infantiles (tan musicales) de los divinos y dorados días del ayer. Canciones de marcha y excursión, de bocata gigantesco y volteretas sobre la hierba recién mojada de litros y litros de semen ‘Made In EGB’. Su preferida era ‘Le tiraron al mar’: "Le tiraron al mar/ le tiraron al mar/ con un palo metido/ en el culo/ pobre señor/ ¡Ay que dolor!/ nadie lo puede sacar".

A Frego le apasionaban las calculadoras.Todo el día estaba convirtiendo euros en pesetas y al revésLe encantaban las motos. Le flipaban los vehículos de dos ruedas, como si cabalgase, como si fuese indio de esos de cuatro pelos y la flecha bien puesta. Un día, se rascaba la cocorota con el casco puesto, todos en el bar sin entenderlo, la camarera no pudo evitar preguntar por el enigma, qué hacía aquel tío raro dale que te dale con las uñas al casco. La respuesta de Frego, entonces, fue gloriosa:

– Claro que me rasco con el casco, amiguita. ¿Acaso cuando te rascas el culo te bajas los pantalones?

A Frego le apasionaban las calculadoras. Todo el día estaba convirtiendo euros en pesetas y al revés. Iba con su calculadora de moda, compraba un champú de los caros, y repetía el mismo mantra a título de despedida:

– No sé para qué compro esto si sigo resbalándome en la ducha… (Ja, ja).

Nadie entendía su humor puro de "nerd". Esa clase de monigote urbano, ñoño, cerebrito, matao, asocial, rata de biblioteca y rarezas. Era un lujo verle ir a comprar el periódico mientras entonaba otra cancioncilla de las suyas de besos silvestres y pajitas apresuradas detrás del ciprés. Esta se llamaba ‘Guillermo Tell’: "Guillermo Tell/ hombre ideal/ a los cosacos/ dio libertad./ Y los cosacos/ agradecidos/ le regalaron/ un orinal./ ¿Y para qué?/ Para ca… gún, cagún, cagún/ para me… cún, mecún, mecún/ y para toda/ necesidad".

¿Cuál es el vino más amargo, Frego? El vino mi suegra. ¿Dónde encuentras un perro sin piernas, Frego? Exactamente donde lo dejaste. ¿Te peinas con dos espejos, Frego? Sí, con los que llevo colgando. ¿Cuál es el animal más antiguo, Frego? La cebra, porque está en blanco y negro. ¿Cómo se llama un café que acaba de salir de la cárcel, Frego? Expreso. ¿Cómo se llaman las galletas preferidas del PP, Frego? Las Chips Rajoy. ¿Cómo se dice diarrea en japonés, Frego? Kagasawa.

Frego era un poeta y su poética (urbana, esquizoide, despeinada) no podía ser más breve: "Si te caes, te levanto. Y si no, me acuesto contigo". El valor de Frego estaba en la palabra y en emplear ésta como escudo frente al mundo cruel, despiadado, tan vil: "Cuidado con los miedos. Les encanta robar sueños".

Un día supe que se había hecho mayor. Cantaba el tema ‘Así es la vida’: "Un pobre y un rico son dos hombres/ el militar da su vida por los dos/ el contribuyente paga por los tres/ el obrero trabaja por los cuatro/ el vago come a cuenta de los cinco/ el estraperlista estafa a los seis/ el abogado defiende a los siete/ el sacerdote absuelve a los ocho/ el boticario envenena a los nueve/ el médico mata a los diez/ el sepulturero entierra a los once/ y el Instituto Nacional de Previsión se lleva el dinero de los doce". Algo así sólo se lo podía haber enseñado una puta muy vieja. O una vieja muy puta, que no sé si es peor.
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