El volantazo

Juan José Alonso Perandones
18/10/2016
 Actualizado a 04/09/2019
Si vamos al lado de un novato conductor que en cada quiebro está a punto de salirse de la calzada y, finalmente, vemos que nos conduce irremediablemente al precipicio, cualquiera de nosotros, ya con el estómago revuelto, amarraría el volante y daría un volantazo antes de verse con los sesos en la carrocería del vehículo. Es más, se arrepentiría de haberle permitido a semejante intrépido un trayecto tan accidentado.

En la política los quiebros arriesgados suelen traer como consecuencia una mengua de votos y una agitación de fluidos en los allegados. Quiebro de Pedro Sánchez fue permitir el insulto permanente por parte de la nueva agrupación política de Iglesias Turrión, cuyo clímax fue la mención de la cal viva, como primera misiva para Felipe González (no han faltado días pasados otras, de menor quemazón). Desvío fue asentir ante el «no es no», y recitarlo, como quien aprende la tabla, sin matiz alguno: una estratagema del conductor y su sanedrín, para, pese al riesgo que corrían los pasajeros, seguir con mando en plaza.

Al borde del precipicio, pues, tras una intrépida travesía jaleada por ajenos espectadores y algunos topos, se hizo inevitable el volantazo y, con él, daños para los viajeros. Mas, pese a las magulladuras sufridas por el Partido Socialista en tan temerario trayecto, es posible la recuperación. Basta, como aconseja el dicho, con tener los pies en la tierra: admitir el mal resultado electoral, no reponer a otro conductor para el mismo trayecto, con el propósito, oculto, de ‘magrear’ los exiguos resultados de unos terceros comicios, con grupos, grupúsculos y renegados de la Nación.

¿Qué era y es realmente lo que verdaderamente importa? Pues una serie de reformas que España tiene pendientes para la regeneración de su vida política. En unos momentos, además, que la realidad diaria, lo emanado de los juicios actuales (sucederá también con los venideros) por conductas viciadas, delata, concreta, en qué se ha de variar el rumbo. ¿Puede aún el PSOE impulsar estas reformas, pactarlas, hacerlas realidad? Indudablemente, por resultar necesario e imprescindible, sí. Ese era y es su cometido ahora más importante, y ha de llevarlo a cabo con la responsabilidad que un partido con sentido de estado ha de tener: no evadirse, para la próxima gobernanza, cuya dirección corresponde a otros responsables políticos, de la realidad social, económica, con una frívola demagogia.

Vive el partido centenario un momento crucial: errado en la estrategia electoral, y en la ‘gestión’ de sus resultados, ha de colocarse de nuevo en la línea de salida. Y definir sus principios en esta Europa y España, del siglo XXI, para lo que será necesario primero analizar y reconocer junto a los aciertos, los errores, entre estos últimos, no menores, los relativos a la unidad de la Nación y a la igualdad y a la preservación de los derechos de todos los españoles, sean poseedores o no de otra lengua además del español, y ya divisen la Punta de la Restinga o la Estaca de Bares.
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