El Nacimiento, un canto a la paz

Máximo Cayón Diéguez
24/12/2016
 Actualizado a 25/08/2019
El origen del belenismo data de 1223. Su artífice no fue otro que Juan Bernardone, hijo de un mercader italiano, Pietro di Bernardone, y de una francesa de la Provenza, llamada Pica Bourlemont. Nacido el 5 de julio de 1182, este hombre excepcional al que aludo, frágil exteriormente y de una fuerza interior arrolladora, no es otro que San Francisco de Asís, proclamado por el Papa San Juan Pablo II, el 13 de enero de 1985, patrón de todos los belenistas del mundo.

En el umbroso valle italiano de Rieti, a un centenar escaso de kilómetros de Roma, se encuentra Greccio, una localidad anclada en una roca y rodeada de encinas, abetos y pinos, apenas relevante por sus excelentes viñedos hasta que el Santo de Asís escogió este lugar para escenificar, por primera vez en la historia del cristianismo, mediante un pesebre viviente, la Natividad de Nuestro Señor.

El 29 de noviembre de 1223 se hallaba el frailecico en la Ciudad Eterna solicitando del Papa Honorio III las Reglas de la Orden y, ante la cercanía de la Navidad, pidió licencia al Santo Padre para llevar a cabo su proyecto. Conced ida la autorización, con la ayuda de Giovanni Velita, su compañero y amigo inseparable, dio cima a su empeño. Así lo refiere su primer biógrafo Tomás de Celano: «Dispónese el pesebre, acomódase la paja y se trae el buey y el asno. Hónrase la sencillez, se elogia la pobreza, se celebra la humildad, y Greccio se convierte en otra ciudad de Belén. Queda la noche iluminada como claro de día y da placer a los hombres y a los animales. Llegan los pueblos y animan con nuevo entusiasmo y fervor aquel admirable misterio. Resuenan en el valle las voces, y los ecos responden con estremecimiento. Cantan los religiosos entonando las divinas alabanzas y transcurre la noche en santa alegría. Contempla estático el siervo de Dios el pesebre, suspira tiernamente y se le adivina rebosando ternura y nadando en mar de celestiales goces...»

Aquella Nochebuena de 1223, en la misa de medianoche, Francisco, en sus funciones de diácono, recita el Evangelio y, luego, predica sobre la pobreza y la humildad del Hijo del Hombre. Y advierte el citado Tomas de Celano: «Se multiplicaban allí los dones del Omnipotente; un varón virtuoso tiene una admirable visión. Había un niño que, exánime, estaba recostado en el pesebre; se acerca el santo de Dios y lo despierta como de un sopor de sueño. No carece esta visión de sentido, puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones enamorados. Terminada la solemne vigilia, todos retornaron a su casa colmados de alegría».

La noticia se propagó con inusitada rapidez. Y al día siguiente la cuna milagrosa era visitada por una incontable avalancha de fieles, anhelosos de llevarse la reliquia de algunas pajas, convencidos de sus virtudes milagrosas y, por ende, curativas tanto para las personas como para los animales.

El actual convento de Greccio se alza sobre el mismo lugar donde El Poverello celebró el primer belén viviente de la Historia. La costumbre franciscana de representar el Divino Misterio arraigó con prontitud en el mundo cristiano y rápidamente se convirtió en tema universal del arte.

El más alto valedor del belenismo en España fue el rey Carlos III, quien procedente del virreinato de las Dos Sicilias, y por vía marítima desde Nápoles, a bordo del navío ‘Fénix’, desembarcaba en el puerto de Barcelona el 17 de octubre de 1759. Venía a suceder en el trono de España a su hermano Fernando VI. El ‘Déspota Ilustrado’, como se le conoce históricamente, y su esposa, María Amalia de Saboya, fueron dos agentes de enorme importancia y valor en aras de la difusión y el auge d e la tradición franciscana. Curiosamente, Carlos III instauró también la Lotería Nacional en España de la mano de su ministro de Hacienda, Leopoldo de Gregorio, Marqués de Esquilache. Pero, eso, como diría el clásico, es historia de otro tranco.

El bello retablo que compone la Natividad de Nuestro Señor tiene en nuestra ciudad argumentos manifiestos. Sin ánimo de selección, y sin preferencia alguna, recordemos que, bien visible a los ojos del espectador, en el hastial occidental de la Catedral de León, en el tímpano de la puerta Norte, denominada de San Juan, situada al lado de la torre de las campanas, en sus tres zonas se reconocen escenas de la infancia de Jesús que van, en el registro inferior, desde la Visitación de María a su prima Isabel y el Nacimiento a la aparición del ángel en sueños a San José y el anuncio a los Pastores, (uno de ellos tañe un caramillo a cuyos sones baila un perrillo alegremente), en el central, de la Adoración de los Magos, con uno de éstos hablando incluso con Herodes, hasta la Huida a Egipto, y en el triángulo superior, la degollación de los Inocentes.

Asimismo, en el trascoro nos encontramos con bellos relieves de alabastro, realizados en el último tercio del siglo XVI por Esteban Jordán, que representan asimismo la Natividad de Nuestra Señora, La Anunciación, el Nacimiento de Cristo, adorado por los pastores, y la Epifanía. Igualmente, en la girola se localiza la popular Capilla del Nacimiento, conjunto escultórico realizado en madera de nogal, tallada y policromada, dividido en dos planos, cuyo estilo y carácter, como dice Gómez Moreno, trascienden a flamenco. Otras manifestaciones piadosas de este tenor, son fáciles de identificar en el Panteón de los Reyes de la Real Colegiata de San Isidoro, en las iglesias parroquiales de San Martín y Santa Marina, o en el claustro de San Marcos, donde resaltan con luz propia la representación mutilada de Juan de Juni.

Este año, por decisión de Loterías y Apuestas del Estado, el Nacimiento de la citada capilla catedralicia ha ilustrado los décimos del sorteo extraordinario de Navidad, el más popular del año. Dice Máximo Gómez Rascón, [La Catedral de León, Cristal y fe, León 2009, pg. 61], que «es una obra llena de primor, en la que se conjugan el realismo flamenco y la idealización, inspirados por un hondo sentimiento. Se talló cuando los artistas centroeuropeos del siglo XV labraban la sillería del coro, o tal vez algo más tarde».

Como se sabe, Jusquín, Juan de Malinas y Copín de Holanda fueron los artífices de la citada sillería. Pues, bien, al hilo de dicha cita, traeré ahora a capítulo una particularidad entrañable y gratificante, referida por Ángel Suárez Ema, quien fue cronista oficial de la ciudad de León, en un interesante artículo publicado en el desaparecido Diario Proa [El Nacimiento de Juan de Malinas, 25.12.1963], que acontecía en nuestra ciudad. Es ésta: «Era costumbre antigua entre las gentes de León que en el día de Navidad acudieran los leoneses a la misa que se denominaba de ‘pastores’ y que tenía lugar a las 5 de la mañana. Asistía el Cabildo y se decía la misa en esta capilla [del Nacimiento], adorándose seguidamente al Niño Dios».

El Nacimiento es un canto a la paz. Acerca de ella, y como estamos en año de conmemoración cervantina, recordemos que Alonso Quijano, el Bueno, en su célebre y famoso discurso sobre las armas y las letras, (I, XXXVII), expone su visión particular al respecto, que se torna excelente corolario para estas fechas de concordia y fraternidad:

«Es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida. Y así, las primeras nuevas que tuvo el mundo y tuvieron los hombres fueron las que dieron los ángeles la noche que fue nuestro día, cuando cantaron en los aires: ‘Gloria sea en las alturas, y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad; y la salutación que el mejor maestro de la tierra y del cielo enseñó a sus allegados y favorecidos fue decirles que cuando entrasen en alguna casa dijesen: ‘Paz sea en esta casa’ (...) joya que sin ella, en la tierra ni en el cielo puede haber bien alguno».

El curso irreversible del calendario nos ha situado en las fiestas de la Natividad de Nuestro Señor. Suenan en nuestros corazones campanas y villancicos. Inmersos ya en este tiempo propicio para la esperanza y la convivencia, sea la paz nuestro lema y nuestro emblema.
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