Derecho a todo

Por NOEMÍ SABUGAL

24/01/2016
 Actualizado a 13/09/2019
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"Para engañar al mundo, parécete al mundo. Parécete a la cándida flor, pero sé la serpiente que hay debajo". Es el consejo de Lady Macbeth a su marido mientras hablan de cómo asesinar a Duncan, rey de Escocia, y así conseguir la corona. Es una de las historias de ambición y traición más conocidas de William Shakespeare, a la que siempre conviene volver ante casos como el que esta semana ha comenzado a juzgarse en León: el crimen que acabó con la vida de la presidenta de la Diputación, Isabel Carrasco.


«¿Fallar nosotros? Tú tensa tu valor hasta su límite y no fallaremos», concluye Lady Macbeth.

El caso de Isabel Carrasco podría tener todos los elementos para convertirse en una tragedia, pero es más bien un drama doméstico, alimentado por los deseos frustrados, por la humillación. Es la venganza de las que se creyeron con derecho a todo, que exigían un mundo rendido a sus caprichos y querencias que no merecemos los demás, pobres diablos, que tenemos que bracear para cruzar el río frente a la barca principesca de las familias bien, de las familias con niñas estudiosas como Triana Martínez y madres amantísimas como Montserrat González.

Ejemplo:
Pregunta del fiscal a Triana Martínez : «¿Usted cree que Isabel Carrasco, como presidenta de la Diputacion, la perjudicó?»
Triana: «Sí».
Fiscal: «Concretamente en qué, diga usted en qué y por qué».
Triana: «En la vida».
Fiscal: «Por ejemplo, ¿usted cree que si no le dieron la plaza de la oposición es porque ella influyó de alguna manera?».
Triana: «Bueno, es que esa plaza la habían creado para mí. Era para mí»

Lógico, esa plaza era para Triana, así se hacen las cosas para las familias patricias de esta provincia de interior en la que sólo la plebe lee el libro del frío. No preguntéis por vuestros hijos o vuestros nietos o por vosotros mismos. A vosotros os toca estudiar día y noche, si queréis.

Ejemplo:
Pregunta del abogado defensor de Montserrat a ésta: «Usted, cuando todo esto pasa, ¿por qué no le aconsejó a su hija que se buscara trabajo fuera de León?»
Montserrat: «Pero, ¿por qué tenía que irse de León?

Mas vosotros, gentes del subsuelo, los que no merecéis plazas a dedo en la Diputación ni en los ayuntamientos, id preparando las maletas, como otros cientos han hecho ya, comenzad a descargar el Skype, ahorrad para billetes de avión y tren.


Vosotros -nosotros- no debemos comprarnos un Mercedes en Alemania y después no pagar los impuestos requeridos, porque nosotros SÍ somos Hacienda; ni busquéis padrinos en el Partido Popular porque ¿cuáles son vuestras referencias, de quién sois hijos? Tampoco, si un día compráis una pistola y matáis de tres tiros a alguien, soñéis con la chulería de decir a los policías que os vayan a detener: «Un momento, que soy la mujer del comisario de Astorga». ¿Quiénes sois vosotros? ¿Qué os habéis creído?


No tenéis derecho a todo.


Pero, en esta tierra nuestra, no sólo Montserrat y Triana piensan que ellas sí lo tienen.

Y ahora, dice Lady Macbeth a su marido: "Muéstrate sereno, mudar de semblante es señal de miedo. Lo demás, déjamelo". Y así Montserrat, de negro como una Bernarda Alba, juega su papel de madre protectora y reconoce el crimen, y asegura que lo volvería a hacer porque, si no hubiera matado a Isabel Carrasco, «habría acabado yendo al entierro de mi hija». La niña a la que no se le dio lo que quiso, tal vez por primera vez en la vida.

El juicio por el crimen de Isabel Carrasco es el espejo en el que estos días se mira León. Es fácil proyectar en él nuestra propia corrupción y nuestra propia violencia.


Isabel Carrasco, la que hacía y deshacía, la que daba y quitaba, la que convocaba a empresarios y directores de periódico y alcaldes de pueblo para decirles qué tenían o no tenían que hacer, la que ordenaba a directores de banco, la que cuando llamaba temblaban las rodillas y se descolgaba tragando saliva: «¿Sí? Dime, Isabel», ahora resulta que no tenía amigos, que era la única que decidía plazas y contratos y subvenciones. Isabel Carrasco como encarnación del mal, de la corrupción absoluta. ¿En serio? ¿Puede una sola mujer pudrir todo un organismo? No lo creo.

Los que pusieron la mano, ahora miran a otro lado. Los que entraron en el juego, olvidaron las partidas. Los que se acomodaron en un sillón, clavan las uñas en el terciopelo. Y siguen el juicio, día tras día.


Pero en el banquillo quienes están son Montserrat y Triana, y también Raquel Gago. Sobre ésta última, la policía local, el jurado deberá decidir cómo deshoja la espinosa flor de las casualidades casuales, o no tanto. Sí, no, sí, no.


Pase lo que pase, la ciudad ya ha recuperado su pulso. O, más bien, siempre tuvo otro. Los opositores de verdad seguirán estudiando, los parados seguirán yéndose, y no habrá muchos Mercedes traídos de Alemania cruzando la Gran Vía de San Marcos. Con algo de suerte, hasta habremos aprendido algo.


Pronto sabremos qué pasará con Montserrat y Triana. Pero nunca nos enteraremos de lo que se oculta en sus pensamientos.

Lady Macbeth soñaba tras su crimen que tenía las manos manchadas de sangre y, por las noches, se levantaba sonámbula para limpiársela. ¿Tienen Montserrat y Triana largas noches de un sueño sin sueños?

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