La sombra de Isabel es alargada

Por Noemí Sabugal

07/02/2016
 Actualizado a 19/09/2019
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Era implacable, la hija del ferroviario. Implacable e inteligente, una combinación que arrasaba la hierba a su paso. También imprevisible y calculadora, orgullosa pero llena de complejos, fría y emocional, divertida y triste. Un infierno de contradicciones, tan inconstantes y exacerbadas que nadie sabía a qué atenerse.

«Ahí viene Isabel». Y las conversaciones se amortiguaban a su paso.

En la sede de la Diputación de León, su sombra todavía es alargada y se filtra por debajo de las puertas para ocupar los espacios que dominó. «En ese sillón se sentaba Isabel». «Junto a esa ventana estuvimos hablando aquel día». «Esas cortinas y la alfombra las eligió ella».


Los que la querían y los que no, posiblemente sólo estén de acuerdo en una cosa: no volverá a existir nadie igual.

Como por su padre conocía los trenes, decidió ser un Exprés (ahora sería un AVE), y llegar a todo antes que nadie. Adelantarse en la estrategia y en las decisiones. Dar mil y una órdenes cada día, desde cómo quería -exactamente- el capuchino a tener la última palabra en todo lo que se decidía en cada área.

Pero, según lo visto esta semana en el juicio por su asesinato -y en el que no se la juzga a ella, aunque el encuadre se abre inevitablemente-, parece que Isabel Carrasco nunca decía nada, ni ordenaba nada incorrecto y a veces no sabía nada, que era, ya en vida, como un espíritu recorriendo los pasillos de la Diputación, silente y alunada.

A la Reina de Corazones en el Palacio de los Guzmanes parece que nadie la oyó nunca decir: «¡Que le corten la cabeza!».

A muchos de los testigos de esta semana les ha ocurrido lo que Antonio Gamoneda predijo, sin saberlo, hace cuarenta años, en los primeros versos que aparecen en Descripción de la mentira: «El óxido se posó en mi lengua como el sabor de una desaparición. / El olvido entró en mi lengua y no tuve otra conducta que el olvido, / y no acepté otro valor que la imposibilidad».

Hace esos mismos cuarenta años, una Isabel morena, la hija del ferroviario, estudiaba duramente Derecho en la Universidad de Valladolid -con una beca ganada con el esfuerzo- y se preguntaba qué sería de su futuro.

No hubiera podido imaginar qué puestos alcanzaría, qué cuenta corriente, qué poder, qué gloria y miseria. Ni conocer su final. Y tampoco ha podido oír en la Audiencia Provincial, como continúa el poeta, «la huida de los insectos y la retracción de la sombra al ingresar en lo que quedaba de mí», ni escuchar «hasta que la verdad dejó de existir en el espacio y en mi espíritu, / y no pude resistir la perfección del silencio».


Del silencio o de la amnesia.

Toda una maraña de palabras sobre oposiciones con sospecha, padrinos empresarios, afiliaciones a partidos, amistades beneficiosas o peligrosas, inspecciones de Hacienda.

Triana Martínez, acusada de la muerte de la presidenta, es expulsada del País de las Maravillas funcionarial por la Reina de Corazones, a la que tanto quiso al principio y a la que defendía ante los compañeros, lo que hacía que nadie fuera a tomar el café con ella «porque tenían miedo de que luego le contara a Isabel Carrasco lo que se hablaba en esos cafés», según declaró una funcionaria. Y después, en el exilio del favor real, sin encontrar quien quisiera acompañarla a ella a por una tila.

La frustración de la hija, que es la frustración de la madre, Montserrat González, y la lleva a apretar el gatillo.

«Los que estábamos fijos no íbamos a tener problema, pero los interinos era lógico que tuvieran miedo. No me gusta decir estas cosas a estas alturas de la película», añadió la funcionaria.

Una oposición que se quería amañada -«esa plaza era para mí», dijo Triana- y de repente se desvanece en el aire.

«Fuimos más escrupulosos por orden de la presidenta, que había dicho que no quería que se repitiera el problema de una oposición previa con 40 administrativos», explicó el diputado encargado entonces de Recursos Humanos, Raúl Valcarce. Un ‘problema’ que supuso dos dieces para las esposas de dos alcaldes, y varios nueves para las hijas de otros regidores, concejales y parejas de concejales, afiliados varios, y parientes de funcionarios con despachos amplios.

Una oposición que acabó en los tribunales, cuatro años de procesos judiciales, con un fallo contrario que las anulaba por parte del Contencioso, pero cuya sentencia se revocó finalmente en el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León, que archivó el caso para siempre.

Pero no es eso lo que se juzga ahora, ni siquiera se juzgan las mentiras o la mala memoria. Se juzga una muerte con unas acusadas. Y ahí la sombra que ya es Isabel cubrirá el veredicto del jurado, y entonces podremos responder a la pregunta de Gamoneda: «¿La verdad está en la lengua o en el espacio de los espejos?».

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