27/09/2019
 Actualizado a 27/09/2019
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Andan rezagadas las merinas por el puerto de Las Pintas (Salamón) desde que el cierzo las empujó ladera abajo, desde Lois. Se van borrando las manchas parduzcas que salpicaban la montaña occidental, en los puertos de La Majúa, Torrestío, Villasecino y tantos otros. Hace días que sonó la canción de despedida en Valverde de la Sierra donde, en un intento de conservar una tradición de siglos, las merinas salieron rumbo a la ribera del Guadarrama. Se fueron caminando, como lo hacían tiempo atrás los rebaños que cuajaban los agostaderos leoneses, siguiendo la maraña de veredas, cordeles y colladas que forman la Cañada Real, cruzando fronteras invisibles, encontrando los mismos pájaros en otros árboles y el mismo cielo sobre otros pueblos. Pueblos leoneses que quedarán unidos a la historia trashumante, unos por ser cuna de mayorales, como Prioro o Tejerina, otros porque en las ruinas de sus chozos y majadas ya en desuso, duerme un estilo de vida único, un equilibrio perfecto entre hombre, trabajo y un ancestral respeto a la tierra. Aún se oyen ecos de ladridos sordos de mastines, esquilas y cencerros, balidos tristes de oveja parturienta y tableteo de tijeras en días de esquileo. Se siente ronroneo de vellones ya vencidos por la rueca, entre las manos de la abuela, que cubrirán todos los fríos del mundo. El aire huele a migas y manteca, a brezo, orégano y chanfaina de la machorra que mataron para Pascua. Hay murmullo de pastores y navajas, tallando historias y cucharas alrededor del fuego, mientras el motril duerme en el jergón y un par de zagales lo hacen al raso. Y a orillas de octubre, cuando el cierzo baja aullando, las mozas entonan «Ya se van los pastores a la Extremadura, ya se queda la sierra triste y oscura…» mientras la lenta caravana se aleja. El motril va dejando la infancia en el polvo, orgulloso de su zamarra y su cayado de espino verde. El zagal lleva el morral cargado de pan, queso y tocino para las hambres del camino. El mayoral silba a los perros y éstos, que lo entienden, carean al rebaño encabezado por los mansos y custodiado por mastines con carlancas. Una comitiva que parece improvisada pero todo está sincronizado y cada uno sabe su función, en una perfecta jerarquía de mando. Un ejemplo a seguir por otro tipo de ganado que pretende dirigir un país sin esfuerzo personal, sin ruta ni diálogo posible, mientras un pastor y sus perros consiguen entenderse con silbidos y a costa de esfuerzo y sacrificio, llevan al rebaño sano y salvo a su destino.
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