14/08/2021
 Actualizado a 14/08/2021
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Nos pasan cosas que pronto olvidamos. Da igual si es un drama monumental, un informe científico que augura lo peor, un verano de microondas e incendios o muertos a mansalva en El estrecho. Pasan unos meses y sofocado el estupor todos a lo nuestro.

Dicen ahora los expertos que, en 30 años, un verano como los de ahora se considerará un verano frío. Es muy probable que para entonces nos aislemos en burbujas refrigerantes y con el aire a tope aceleraremos aún más el deterioro climático.

Decía el jefe de una tribu de Indios Norteamericanos algo así como que el destino de la naturaleza está trenzado con el de los humanos y lo que a ésta le acontezca determinará también nuestro camino.

La frase parece un poco hermética, o quizá lo fue en el momento en que aquel jefe indio la pronunció, como una profecía o un designio, pero a día de hoy creo que posee una claridad meridiana.

Incendios, inundaciones, hambrunas y pandemias parecen (y así lo avalan más voces cada día) el resultado de nuestro maltrato sistemático al medio ambiente y el resultado de una avaricia sistémica.

No obstante, hay algo más, un matiz más sutil que no debe de escapársenos en las palabras de este oráculo, y es que al ser uno con el universo y al pensar en términos de energía y vibración, nos daremos cuenta de que no sólo la materia se está corrompiendo, arde y se ahoga, sino que la esencia de lo humano también está enfermando grado a grado.

Nuevos delitos, nuevas enfermedades mentales, estadísticas que cambian, no son datos aislados.

Quizá algunos de ustedes se han dado cuenta de cómo el calor o el frío afecta a su personalidad, hasta el extremo de que en ocasiones lleguemos a actuar de maneras absolutamente absurdas desde un punto de vista lógico.

Recuerden a Mersault, el protagonista de el extranjero, que tras matar a un hombre de varios disparos alega que la causa fue el sol cegador. Mersault lo afirma con honestidad, lo mantiene y acepta esta realidad que para muchos puede resultar el absurdo.

Piensen también en el efecto enajenante que tiene el viento en la gente que habita en zonas en la que éste persiste sin tregua. Puede llegar a considerarse una atenuante si la persona se ha visto expuesta de forma intensiva a la erosión mental de un viento tenaz y continuado. Hay quien a este tipo de fenómeno lo ha denominado «el viento de los locos».

Este verano, a ciertas horas la ciudad se queda desierta salvo por algunos viandantes osados que se remojan en las fuentes.

Más volvemos a lo de siempre, a la desigualdad y a la exposición de los más vulnerables a los desaires de la existencia. Pongámonos en un escenario en el que algunos fuesen, al igual que hoy, incapaces de protegerse del calor o de un viento sistemático. Una horda de seres humanos con la mente trastocada y fuera de sí, como un ejército zombi dispuesto a todo y hasta cierto punto como se diría en derecho penal, inimputables, carentes de responsabilidad.

No es muy halagüeño este panorama, se acerca terriblemente a la ciencia ficción de terror y, sin duda, de una forma u otra, compartimos el destino de la madre naturaleza. Podemos en Octubre olvidar el fuego y volver a lo nuestro, pero en 30 años no digamos que nadie nos avisó.
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