17/01/2021
 Actualizado a 17/01/2021
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Como ustedes sabrán, la zarzaparrilla, además de un arbusto, es una bebida con una profusa mezcla de ingredientes, incluyendo la melaza, el regaliz o la raíz de sasafrás, y zarzamadrid es una palabra que me he inventado yo. Si me piden un significado, podría asociarla, igualmente, a una mezcla variada de fenómenos meteorológicos, gestión ineficiente y pasmo civil. Lo último es un guiño a mis amigos madrileños, que conocen la tirria que, como buen bilbaíno (derrotados por el Athletic en semifinales de la Supercopa, ya pueden concederles lo de zona catastrófica), vengo profesando desde siempre hacia la capital.

Madrid ha estado en boca de medio mundo, y no solo por los escombros de hielo y mierda que se acumulan en sus calles, sino por esa insidiosa, cansina y perpetua confrontación de lospolíticos que, en lugar de resolver los problemas de la ciudadanía, se dedican a intensificarlos y emponzoñarlos ad nauseam. Las ciudades se afanan por crear una reputación que cuesta consolidar y que se puede ir al garete en un abrir y cerrar de ojos. Es verdad que hace falta mucho esfuerzo, pero observemos el caso de su antagonista, Barcelona, que gracias a ciertos personajes va camino de perder un aura que creíamos inmarchitable. Madrid, como capital del Reino, también parece incombustible, pero ahí está esa suciedad crónica que, desde hace varios años, empieza a convertirse en una de sus señas de identidad (junto al ruido y la contaminación). Mi repudio subjetivo no me impide, sin embargo, darle ese barniz literario que tienen algunas capitales decadentes: Madrid, con su pasión solidaria y nocturna; Roma, con su belleza inquietante y decrépita; Montevideo, absorta en sus bombillas y librerías de lance. Tal vez es lo que, en el fondo, nos provoca más decepción y tristeza: ver lugares con alma e historia en manos de mediocres.

Luego está, claro, el asunto de la nieve y su proceso: para nuestros paisanos de La Cueta o Cerulleda la histeria de unos y la irresponsabilidad de otros, produce perplejidad. Pase que la gente no sepa manejar el coche, pero que ni siquiera las ambulancias dispusieran de cadenas, clama al cielo. Lo de las palas, con algún prócer haciendo el palomino, fue la gota que desbordó el vaso: ¿consideran a sus votantes idiotas? Parece ser que sí. En eso, mira por dónde, da lo mismo vivir en Madrid que en provincias: nos toman por tontos, y probablemente lo seamos.
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