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Zapatos rojos y alpargatas

11/10/2019
 Actualizado a 11/10/2019
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Ojeando la prensa, tropiezo con un artículo sobre ‘Zapatos rojos’, un movimiento de EEUU enfocado a cambiar el rol de las mujeres en su camino hacia el éxito empresarial, invitándolas a ir a trabajar todos los martes con zapatos rojos, demostrando así que pueden prosperar sin perder su feminidad, ni adoptar cánones masculinos para imponer respeto. Mientras pienso que no pillo la mentalidad yanqui y me pregunto si se puede exigir igualdad poniendo ellas mismas diferencias, casi fetichistas, que a tan pocas mujeres representan, tropiezo con la escandalera que ha montado el Moto Club Bañezano, poniendo como reclamo para una competición a espléndidas azafatas vestidas de cuero, al más puro estilo retro. También esto se me escapa, y no será por la distancia.

En pleno bajonazo por el cansino empeño de utilizar el físico femenino para cualquier debate, veo la convocatoria del premio que desde hace años organiza la Diputación de León, con motivo del Día Internacional de las Mujeres Rurales, el 15 de octubre, para poner en valor el trabajo de este colectivo. Y es un alivio reconocer a esas mujeres reales, maquilladas por el sol y peinadas por el viento, que conducen un tractor, recogen el ganado y se van de fiesta o anidan en sus casas. Las que barren y cocinan con niños en el regazo. Las que cultivan en sus huertas los tomates que ponen en la mesa. A las que el sol encuentra recogiendo patatas y la luna pilla revisando los deberes con sus hijos. Las que acarician corderos, ordeñan vacas, tienden ropa al verde y hacen queso y compota de manzana. Mujeres de manos fuertes en el campo, suaves cuando amasan y tiernas entre sábanas. Mujeres libres, sin ser esclavas de su físico, que no necesitan zapatos rojos los martes, para demostrar cuánto valen. Su dignidad camina en botas y alpargatas, el campo es el gimnasio donde moldean sus cuerpos y el respeto lo absorben de la tierra que trabajan. Mujeres mimetizadas con esa tierra cómplice que, llegado su invierno, las recompensa a su manera, por un trabajo no siempre valorado. Es entonces (como digo en un relato) «…cuando los surcos que labró en la tierra, anidan en su rostro, en su piel duermen los soles de tantas siegas, en sus ojos hay tormentas de verano y en su moño apretado se enroscan los vientos que un día peinaron su melena... es entonces cuando la mujer rural alcanza una belleza plena, porque la tierra se quedó a descansar en ella».

Ojalá se premie a cada una de ellas, reconociendo su trabajo. A las que son y las que fueron.
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