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Zapatero y el ‘procés’

30/06/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Muy probablemente, si un Zapatero que no podía ni imaginar entonces, 2003, que iba a ser jefe del gobierno un año después, 11-M por medio, no hubiera dicho en Barcelona que iba a apoyar la reforma del estatuto de autonomía que saliera del parlamento catalán, no estaríamos ahora viviendo la tragedia política del ‘procés’. El mayor problema, gravísimo, que tiene planteado España desde la transición. Zapatero es un gran responsable de esa catástrofe porque cuando hizo aquella promesa en Cataluña había solamente un 16 por ciento de independentistas, cifra que se ha multiplicado por tres al hilo de la reforma del ‘estatut’.

Solo por eso, por dar pábulo al sentir nacionalista de Pascual Maragall, y por ese narcisismo que siempre ha constituido pieza clave del comportamiento político de nuestro paisano, Zapatero debería ser muy cauto al valorar la situación penal de los políticos catalanes presos. Unas personas que incumpliendo leyes, avisos y sentencias, urdieron la locura del ‘procés’. Los que tejieron de un modo contumaz la tela del odio al resto de España, algo que ya venía sucediendo, más cautamente, desde 1980, cuando el presunto delincuente Pujol alcanzó la presidencia de la Generalitat.

Zapatero, el hijo de familia, el bondadoso, bienintencionado y buenista; el que, sin duda, hizo excelentes e históricas reformas civiles, también fue el que negó la crisis económica que al final se lo llevó por delante, y el que hurgó en el consenso de paz, piedad y perdón sobre la guerra civil que los españoles lograron poner en marcha durante la transición, cuando se recuperó la democracia y se legisló la amnistía.

Pero lo más grave es su contribución a la desdicha cívica en que ha derivado su irresponsabilidad de Barcelona en 2003. Un arma letal en manos de conspicuos enemigos de España y de su Constitución, y que, además, son habilísimos en el uso de la publicidad y el victimismo. Tanto que fueron capaces de convencer a muchos catalanes de que si se iban de España, la crisis económica tan brutal que padecimos, no existiría en la comunidad donde se margina con saña al idioma de Cervantes.

Por eso resulta doblemente inadmisible que Zapatero defienda, como ha hecho ahora, la liquidación de la separación de poderes, es decir, que volvamos a 1750, y que los jueces poco menos que absuelvan a los presuntos reos de delitos de rebelión o sedición. Zapatero, una vez más, y aparte de visitar a menudo al dictador sanguinario Nicolás Maduro, ha vuelto a hacer una de las suyas.
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