24/04/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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Hay veces, abriles por ejemplo, en que me convoco a recordar cómo durante muchos años –cuarenta se decía– mi pueblo tuvo un único tren. Quizá por eso en la estación y mientras duró aquel tren no había ventanilla en la que poder sacar billete. Para qué, si el tren era de dirección única. Se iba a donde fuese el tren. Si te gustaba bien y, si no, también. Cualquiera decía nada. Menudos revisores tenía aquel tren. Aunque siempre hubo quien lo decía. Era un tren entre ocre y verdísimo que mantenía, ya dije, una sola dirección y dos fundamentales sentidos: ida y vuelta y que todo lo tiznaba de gris. De gris tiznó estaciones y pueblos de mi pueblo con su llegada, de gris tiznaba todo en sus superlativas presencias y hasta el paisaje que atravesaba de gris tiznaba. Todo gris, todo grisísimo.

Cuando la rancísima locomotora se estropeó, aún hubo consejeros de la sociedad que lo mantenía que, con unos mínimos arreglos y una mano de pintura, pretendían mantener funcionando el tren y, se dice que, aún hoy hay naturales herederos que estarían dispuestos a volver a ponerlo en funcionamiento, eso sí, pasito a pasito y así como tuneado; porque las esencias del tren, locomotora y vagones, seguirían siendo las mismas: dirección única, tren de ordeno y mando.

Por suerte, a su deceso, comenzó a verse de nuevo cómo había convecinos que sí sabían de otras formas de viajar, cómo tenían otros itinerarios, destinos, direcciones y sentidos y cómo sabían exponer la existencia de otros paisajes no tan grises sino plenos de esperanza, oportunidad y también propia responsabilidad.

Por suerte hubo más ganas de vida y viaje y riesgo y ventura; más mayoría de edad que miedo a la libertad. Y comenzaron a ponerse en las estaciones ventanillas transparentes donde cada cual pedir y proponer billete al destino que quiera.

Tampoco es que haya un tren para cada destino deseado, pero mediante acuerdos y trasbordos se avanza, a veces más o más rápido, a veces menos o más lento, incluso a veces con marcha en muchos tramos como hacia atrás, hacia unos mejores climas y paisajes no tan grises. Así llegamos a estación Libertad, a estación Constitución, a estación Europa.

Yo no sé ustedes, pero yo el domingo próximo sí me iré a la estación y pediré billete para un tren de futuro y modernidad del que no se eche a nadie, que no me recuerde tiempos grises; para uno en el que no me importe ver a mi hija viajar, sabedor que va hacia un mejor futuro y no que camina hacia atrás.

Buena semana hagamos, buena semana tengamos.
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