21/08/2019
 Actualizado a 19/09/2019
Guardar
Yo no sé usted,/ pero yo no siempre estoy bien./ Tan bien como se pueda pensar…», así dicen los tres primeros renglones cortos de un grupo de ellos escritos por mí, allá, me dice el ordenador, a finales de 2017. Empiezo este texto con ellos, porque de no haber sido ya escritos –«Todo está dicho, pero como nadie escucha, hay que repetirlo cada mañana», que dejó dicho André Gide– acaso hoy los escribiera por vez primera, pues aunque «las horas de mis días son/ indeseado viaje en montaña rusa./ Corren de la mayor exaltación sensual/ por el sencillo hecho de estar consciente y vivo» (origen o destino), hoy, la realidad –para ser justo, mi visión de la realidad– me está llevando «a la más personal y vertiginosa inmersión/ en los íntimos infiernos» (destino u origen, depende de las famosas circunstancias).

Yo no sé usted, pero uno tiene la mala costumbre de después de, en silencio, haber gozado y agradecido el hacerse un nuevo día, seguir cafeteando escuchando la radio y consultando algún periódico. Y digo mala costumbre a pesar de poner una emisora, digamos, de mi sintonía y ojear la prensa en líneas, es decir, informática y editorial. No gustando de la mortificación corporal salvo que belleza sin par me espere (verbigracia: el Hayedo de Busmayor), no quiero pensar lo que mis horas serían si sintonizase otras frecuencias o me apartase de la líneas coordenadas de las que procuro no descaminarme.

Yo no sé a usted, pero para mí días hay que hasta al Canon en re mayor, de Pachelbel, le cuesta volver a casarme con la precisa serenidad para afrontar día y horas o a la beethoveniana Sonata para piano n.º 14 (Claro de Luna) conducirme al sueño reparador.

Ya ve, paciente lector, no es este opinador nada monolítico, sino que como cualquiera está sujeto a dudas, angustias y desasosiegos que a días, hoy es uno de ellos, le impiden posicionarse ante la realidad de mundo y vida, porque momentos hay, este es uno de ellos, en que deja hasta de percibir, acaso por perseverante inutilidad, como una obligación ética el, con espíritu crítico, clamar contra las maldades, por desgracia, más cercanas y habituales que hacen que cada vez más impere lo inhumano.

Acaso tan solo sea que tengo un día gris, aunque no me impida ver y sentir y hasta enfurecer.

Mas nadie se preocupe ni ocupe de mí por este texto. Si bien empieza y crece como confesado ha quedado, terminar termina: «Yo no sé usted,/ pero yo no siempre estoy mal» y sí hay muchas personas que sí.

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos.
Lo más leído