01/04/2020
 Actualizado a 01/04/2020
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A decir verdad, tengo demasiados escrúpulos para tiznarme en la política pero, si así fuera, lo haría exclusivamente por dinero. Como todos.

Quienes me conocen, supieron de mis inquietudes políticas. Corrí ante los ‘grises’ y recibí más de un palo por ello, porque los universitarios de Oviedo compartíamos las manifestaciones con los combativos mineros. Hoy día, para haber llegado a esta situación política, creo que las hostias recibidas y las locas carreras, me las hubiera evitado. Creemos que vivimos en una democracia pero, en realidad, se trata de la dictadura de los partidos. La libertad es otra cosa, no las libertades fútiles con que nos distraen.

En los partidos se cuecen las listas. Si tienes ambición, busca apoyos y prepárate para lamer culos o, dicho con más finura, tragar sapos. Si pasas por el más listo, Roldán. Si eres el más cobarde, Rajoy. El más audaz, Rufián. El más oportunista, Pablo Iglesias: nunca se hizo tanto daño con tan poco. El más amargado, Echenique. Si vives en las nubes, Pedro Duque. Si te crees gracioso, Iceta; el valedor de Illa para hacer de éste un ministro de Sanidad. Respecto al más ambicioso, siendo la ambición su principal virtud, Pedro Sánchez. Pero con éste, no vale la pena extenderse. Ya se ha retratado bastante.

Lo de yo ministro, no es un disparate, habida cuenta de que Salvador Illa y yo compartimos la misma titulación. Ambos somos licenciados en Filosofía y Letras. Una ciencia fundamental, a punto de desaparecer, porque no la sociedad se ha vuelto más pragmática. El fútbol, el dinero, el éxito y el sexo se han erigido en los principales valores. ¡Qué digo principales! Los únicos.

Si el punto de partida entre Illa y yo es común, me atrevo a asegurar que mi contacto con la vida sanitaria tiene mucho más alcance, porque, durante la mili, ejercí de enfermero, dada mi condición de socorrista. Allí tuve que hacer curas, vendajes y –no me explico cómo– poner decenas de inyecciones. Dicho en Román paladino, «cortando… se aprende a capar». Y aprendí. Primero pinchando una patata y, cuando adquirí cierta destreza, todo tipo de culos. Es más, en mis paseos vespertinos por el casco viejo de Melilla, solía cruzarme con un sargento, cogido del brazo de su novia, que me saludaba: «Buenas tardes, doctor». Seguramente que alguna picada mía llevaba y si no me tenía inquina, sería que lo hice bien. Así, Illa, eres ministro por los pelos porque, si me empeño, te mando al paro porque no sabes nada nadie da lo que no tiene. Por eso te valiste del ‘tonto útil’ para que mintiera por ti. Si tras la catástrofe te sientes deprimido, siempre te quedará el consuelo de que Ana Mato y Leyre Pajín, también lo fueron. Y no pasó nada, pero si llega a pasar. Otro desastre.
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