30/12/2016
 Actualizado a 16/09/2019
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Matallana, Valverde, Albires, el cartelito verde de cambio de provincia –aquí por lo menos no había que ir a 50–, Mayorga, Becilla de Valderaduey, Ceínos de Campos, Berrueces, Medina de Rioseco, La Mudarra y Villanubla. Eran los pueblos que tenía que atravesar desde mi casa cuando decidí estudiar Periodismo en la UVA, primero en Alsa y luego en coche. Entonces empezábamos a pensar que en pocos años existiría una autovía que uniese León y Valladolid y que el poco tiempo que ya echaba en el viaje –una hora escasa desde el pueblo, algo más si el viaje era en autobús– se reduciría aún más.

Era 2009 y los más ilusos ya me decían «estás al lado, y ya verás cuando abran la autovía...» Seguramente fueran los mismos que me animaban asegurando que cuando yo acabara la carrera ya se habría acabado la crisis. Y aquí sigo esperando, por lo uno y por lo otro.

El caso es que yo ya he vuelto a León y sigo sin ver futuro alguno a la A-60. Al menos del tramo que una realmente las dos provincias, porque el que evita la curva del aeropuerto pucelano ya funciona –menos mal– y el que llegará a Santas Martas parece –por fin– que empieza a tomar forma, que ahora y siendo egoísta es el que más me interesa.

No parece que sea ninguna obra faraónica ni que haya que hacer ningún túnel del estilo al de la Variante de Pajares para sortear algún que otro ‘pívot’ de riego que se encuentre por el camino, más allá de salvar el yacimiento de Lancia o el hábitat de las avutardas, así que como defendió hace poco el presidente de la Diputación de Valladolid en un encuentro con Juan Martínez Majo, la A-60 «ya toca». Ni tanto que ya toca.
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