Ya solo falta el campanero

21/12/2022
 Actualizado a 21/12/2022
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Las campanas acaban de ascender al honorable mundo de quienes son Patrimonio de la Humanidad. Ellas y, fundamentalmente, su lenguaje, su forma de llamar a los vecinos, de hablar con ellos y decirles al oído palabras llegadas desde el campanario.

Sin necesidad de voces, ni siquiera de palabras altas, te cuentan que hay que reunirse para hablar de las cosas del común, que hay que unirse para arreglar los caminos y que hoy toca al barrio de abajo —si fuera el barrio de arriba hablarían de otra manera—, que hay que acudir a arropar a quien ha perdido un familiar y necesita el calor y la cercanía de todos... incluso que corras, que una casa corre peligro ante la voracidad del fuego y solamente una cadena humana será quien detenga sus ansias de destrucción.

Un día descubrieron su magia y hacen lo que siempre tienen a mano; el galardón, el título o el reconocimiento y la vida sigue. Un día las hacen sonar, cortan la cinta y el silencio vuelve a los campanarios pues, por muy patrimonio que sean, su razón de ser es que alguien las entienda cuando hablan, que alguien acuda a arreglar los caminos cuando ellas llaman, que haya gente en las casas para acudir a ladel vecino que ha sufrido una pérdida dolorosa y darle un abrazo y decirle «aquí estamos, olvídate de la bronca de ayer, somos vecinos».

Descubrieron la magia del sonido pero, como siempre, se han olvidado que también las campanas necesitan un piloto, que le llaman campanero, y una tribu que escucha, la razón de existir de su lenguaje.

Cada día una beca, una ayuda, para un nuevo mapa, una nueva ruta, un monte... pero el libro sin encargar es el Atlas de la Geografía Humana.

El único mapa, el único atlas, que tendría alma propia.
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