Y yo sin saberlo

Siempre me han dicho en casa que me ande con ojo y que no vaya por la vida sacando mucho pecho que luego todo se sabe porque de zarza en zarza va dejando la oveja la lana y si se tira de la manta a uno le pueden sacar hasta los secretos que ni él mismo sabe que tiene. Mucho más ahora que los detectives privados de gabardina y sombrero ya no montan guardia a la puerta del Cancún, sino a la puerta del paro porque el chivato de Facebook, el grupo de Whatsap o un rebotado de la entidad bancaria de confianza todo lo pueden cantar.

Pues eso me ha pasado a mí, que me he enterado de secretos que ni yo sabía que tenía. Me avisó una amiga el otro día cuando me la encontré en la Ronda de Las Marzas que al compás de la dulzaina me recordó otros episodios poco agraciados de mi vida, cuando me quedé encerrado en el baño del bar de un pueblo el día de la fiesta y como el dulzainero estaba funcionando a toda pastilla y tampoco es que fueran muchos vecinos nadie oía mi llamada y tuve que esperar media hora a que acudieran en mi rescate.

Pero no fue eso lo que me desveló mi amiga, que comenzó avisándome de lo que se venía, «hacía mucho que no nos veíamos y tenía ganas de verte», malo tú, «porque hay algo que quiero preguntar», uff, «cuando me acuesto cada noche», agárrate que vienen, «me meto en la cama con la tablet», ¡Ay, Dios!, «y veo todas esas nuevas sensaciones», jodo qué mareo, «y los excitantes juegos», por lo que más quieras para, «qué te gustan cada día». Y con sus ojitos de gacela ahí estaba esperando una respuesta, una explicación, que le desvelara un secreto del que sabía ella más que yo. Le pido más pistas y me espeta que parece que últimamente «triunfo –guiño, guiño– mucho». «Pues lo dirás tú porque más bien ando en barbecho», acerté a responder. «Qué no hombre, que todas las noches veo yo en Facebook que David ha probado lo último de tal condonería», resuelve al fin. Y pienso, vamos, que estoy hecho un semental y yo sin saberlo.