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Y sus locos seguidores

26/01/2020
 Actualizado a 26/01/2020
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El del mes de enero en León es el paisaje después de batalla. En los pueblos ni siquiera ladran los perros. En la ciudad, calles desiertas y un silencio espeso. En cuanto pisas la acera, te preguntas si es domingo. Falta el ruido que habitualmente amortigua los comentarios insípidos y los tubos de escape macarras. Algunos días parece que se lo ha comido la niebla, pero luego despeja y todo sigue pareciendo una biblioteca. A cualquier hora del día se puede escuchar el sonido de los trenes que, en tiempos, marcaba las madrugadas, junto con el tufo rancio de los antibióticos cocinándose en su avenida. Bares cerrados porque es la época de las vacaciones para el hostelero. De los colegios salen niños mudos. De los comercios, el frío de las rebajas. Los estudiantes estudian y los jubilados buscan el sol. El desierto demográfico avanza. La tundra crece. A media tarde, parece que una bomba nuclear ha barrido a la gente. A medianoche lo que parece es que han cambiado la hora y que se te ha complicado más de lo que suponías, como si ya estuviera a punto de empezar el sermón de Losantos. Imaginas que el personal estará en los gimnasios y las piscinas, pagando la penitencia de los excesos, pero tampoco. Ya no hay cuesta de enero. Ahora, todo el año es un rompepiernas, con más subidas que bajadas.

El letargo navideño se extiende durante varias semanas, hasta que ya te preguntas si habrán dejado de darle cuerda al mundo, y, de pronto, una mañana, el teléfono estalla porque a todo quisqui le ha dado por aplicar a la vez sus buenos propósitos y sus cargos de conciencia, si es que no son lo mismo. Parece que vuelve la actividad, pero en realidad es sólo el calentamiento del Cultural-Atlético de Madrid. El jueves por la tarde pasó todo lo interesante de la semana. Se presentó en San Isidoro (no podría existir mejor escenario) un libro titulado ‘Las Cortes leonesas de 1188’, y al acto acudieron unas 120 personas. Al campo de fútbol ahora llamado Reino de León, unas 12.000. En el minuto 18 del partido, al parecer simbólico porque se reclama una autonomía propia que sería la décimo octava de este país, muchos aficionados leoneses sacaron sus banderas carmesís con el león rampante y gritaron que «sin León no hubiera España», a lo que el Frente Atlético respondió «¡León es de Castilla!». Me pregunto qué pensarían los argentinos, portugueses y catarís que en ese momento corrían detrás del balón, en el dudoso caso de que se enterasen de lo que estaba pasando en las gradas. A los locos seguidores de uno y otro equipo, para saber lo que están diciendo, les vendría muy bien leer el libro de Rogelio Blanco, que es el principal responsable de que la Unesco reconociera a León como Cuna del Parlamentarismo, aunque él no sea precisamente de los que les gusta figurar y haya otros que se quieran poner las medallas de la Unesco, de la invención de la democracia en particular y del mundo en general.

Tras la euforia futbolera, volvió el mes de enero, estadísticamente en el que más muertes se registran de todo el año. Entre ellas, el martes se produjo la de Terry Jones, miembro de los Monty Phyton y director entre otras de ‘La vida de Brian’ o ‘Los caballeros e la mesa cuadrada y sus locos seguidores’. Es decir: el culpable de que yo no recuerde algunos fines de semana universitarios en los que esas películas se reproducían en bucle mañana, tarde, noche y madrugada, hasta que memorizábamos todos los diálogos y nos comunicábamos entre nosotros así, una mezcla de realidad y ficción que ahora se desdibuja en la memoria. Para mi sorpresa, en aquellas películas hay una vuelta de tuerca leonesa, como pasa con los casos de corrupción. No es por los desternillantes enfrentamientos entre el Frente Judaico Popular, el Frente Popular de Judea y la Unión Popular de ‘La vida de Brian’, debates en los que León sigue viviendo de alguna manera, sino porque en ‘Los caballeros de la mesa cuadrada’ eligieron el castillo de Valencia de Don Juan para ilustrar un paisaje. En la película, el osado Sir Lancelot de Camelot tiene que enfrentarse entre otros a Los que dicen Ni, al Caballero Oscuro, al Conejo Asesino y al Guardián del Puente de la Muerte con el objetivo de encontrar el Santo Grial. Si el pobre hubiera sabido que está aquí, precisamente en San Isidoro, donde se inventó el parlamentarismo, quizá le hubiéramos arrebatado a los Monty Phyton el título de inventores del humor absurdo.
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