Y que su autor me perdone...

José Ignacio García comenta el libro de Alberto R. Torices, 'El trabajo está hecho'

José Ignacio García
12/03/2022
 Actualizado a 12/03/2022
El autor de origen vasco y residente en León Alberto R. Torices. | DANIEL MARTÍN
El autor de origen vasco y residente en León Alberto R. Torices. | DANIEL MARTÍN
‘El trabajo está hecho’
Alberto R. Torices
Ediciones Trea
Narrativa
200 páginas
15,00 euros



A mi modo de verlo, y de entenderlo, el oficio de crítico literario tiene algo (o bastante) de paradójico. Uno termina con cierto complejo de confesor cuando después de leer un libro con avidez, y de conocer todos sus pecados, no puede (o no debe) revelar el meollo de los secretos que ha descubierto, de las atrocidades que ha conocido, de las infidelidades que se han declarado, de los crímenes que se han perpetrado y que no se podrán airear. Y, por supuesto, de los asesinos (por muy sádicos y carniceros que sean) a los que nunca se delatará.

Algo así me está sucediendo ahora, con la lectura recién consumida (o consumada), y aún tibia, de ‘El trabajo está hecho’, la reciente colección de relatos que Alberto R. Torices acaba de publicar en el sello asturiano Trea, donde publicara con anterioridad la recopilación narrativa ‘Trata de olvidarla’ y ‘Como un perro en la tumba de un cruzado’, una novela monumental que, si la justicia poética (o novelística, en este caso) existe, deberá perdurar en el tiempo y ser aclamada como se merece por los edecanes de la posteridad.

Pero vuelvo al principio: si no fuera un gacetista propenso al mutismo y a la prudencia expresiva, aprovecharía la ocasión para decir que en estos cuentos (o relatos) el lector se va a encontrar con científicas insomnes que sienten una atracción irresistible por lo desconocido o perturbador, o con adolescentes acomplejados que disfrutan de un soleado día de playa, o con mirones pervertidos que extienden su toalla sobre la misma arena costera, suponiendo inalcanzable lo que está al alcance de su vista y de sus manos, o con maridos que reciben mujeres de cortesía mientras las legítimas son reparadas, o con jubilados sesentones que alborotan sus canas con esposas veinteañeras, o con alcantarilleros que se cobijan en cloacas de los problemas mundanos que se desgranan en la superficie terrestre, o con Dianas que se bañan y se acicalan, instando a un amor a distancia y entre cristales, o con vírgenes marianas que algo tienen de prostitutas amables…

Pero no lo haré. No desgranaré, como si fueran las cuentas de un rosario, cada una de las estaciones en que se detiene el tren narrativo de este escritor universalista, casualmente nacido en Guernica y acampado de largo, en León, primero, y en Valdefresno, después. Este escritor que reniega de encasillamientos cartográficos tanto en lo personal como en lo creativo, y que lo manifiesta en cada uno de los textos que remite a la imprenta; bien al contrario de tantos de sus coetáneos, tan marcados por la huella que dejaron en su obra faros referenciales como Pereira, Merino u otros.
En ese sentido, se podría decir que las historias de nuestro protagonista nos recuerdan en su planteamiento, en su desarrollo y en su culminación a muchos de los grandes maestros germanos, ingleses y estadounidenses del género. Porque ese regusto «extranjerista», que ya se saboreó en sus anteriores colecciones narrativas, se paladea de manera superlativa en este excelso libro recopilatorio, al que únicamente la proverbial humildad del propio autor priva de la categoría de antológico.

Porque esta colección de treinta y cinco relatos –bastantes de ellos alumbrados con anterioridad en fanzines, revistas literarias u otros libros colectivos–, evidencian rasgos que los sitúan dentro del rango de lo selecto y escogido, empezando por su innegociable calidad literaria, continuando por la madurez que manifiesta su escritura y rematando con su homogeneidad, ya no temática, sino plasmada a la hora de concebir a los personajes, de observarlos con una mirada especial, de profundizar en los estratos más abismales de su psicología.

Por lo general, como le sucede a su autor, los relatos alojados en este volumen rehúyen las localizaciones espaciales o temporales; se macizan en torno a la narración, que adquiere la densa intensidad de un café expreso; y con frecuencia se dejan llevar por los cauces de lo onírico o sucumben a veleidades surrealistas, por mucho que siempre sean seres humanos, y de perfil sencillo o acomplejado o tempestuoso, los auténticos y conmovedores protagonistas. Si acaso, un garbeo por tierras norteamericanas o una excursión imprecisa a la Roma cesárea, son excepciones remotas que no alteran el anonimato geográfico en el que se ampara la inmensa mayoría de la camada.

Pero eso es lo que tiene ser un cronista marmóreo y comedido, que no puedo entrar en más detalles. Aunque sí advertiré que los relatos (o cuentos) están publicados en orden inverso a su escritura, y si el lector acata la edición y lee ateniéndose al índice, aceptará un juego en el que comprobará más de una vez que ciertos relatos son consecuencia o continuación de otros anteriores, que leerá después. Y así descubrirá que las mínimas alusiones a una ciudad que Torices bautiza como Gémina, y que podría ser León, solo aparecen al final del libro. O sea, en el origen de esta aventura literaria. Luego se difuminan las localizaciones y surge un erotismo agradable y nunca fuera de tono, y hallamos monumentos argumentales que nos ponen los ojos enormes, como si fuéramos personajes de manga; y concebimos el amor y la belleza en múltiples manifestaciones, corpóreas o robóticas, y apreciamos cierta crítica social, aplicada a ciudades y provincias o a la política y a los maquiavélicos juegos que provoca, y tratamos de vislumbrar lo que se oculta más allá de la realidad o de la locura, o de entender lo que de tránsito intrascendente tiene esa vida que no es un juego de niños y el mal sueño en que, con frecuencia, se convierte la muerte.

Hay piezas verdaderamente majestuosas en este rompecabezas literario, y personajes fascinantes, esculpidos con la gubia precisa de un narrador sin límites ni fronteras. Pero mejor será que todo eso lo descubra y disfrute el lector, ahora que Alberto R. Torices ha hecho su trabajo y yo el mío. Y que el autor, tan propenso al rubor, me perdone por catalogar de antológica a su criatura y, sobre todo, por no haberme estirado más allá de lo que mi código deontológico me ha permitido.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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