Y ganó el viejito

11/11/2016
 Actualizado a 19/09/2019
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El escrutinio de los analistas políticos no tiene espacio para el sosiego, al menos en Europa. El Viejo Continente ha vivido engañado por opiniones interesadas, por encuestas con cierto sesgo de manipulación y por altavoces donde los demócratas decidían el volumen con el que la mayoría debía escuchar las palabras que, a cuentagotas, han forjado los perfiles de dos candidatos en las antípodas de sus valores pero con un rasgo común; acumular riqueza y, tras el 8N, poder.

Porque hoy, a Trump y a Hillary se les odia a partes iguales. La diferencia es el origen de un sentimiento que deriva en función del destinatario. «No podía con él y no puedo ahora que ha ganado» lamenta una de esas votantes que ejerció su derecho a apostar por el que menos le disgustaba. «Tampoco me atraía votar a Hillary… pero ahora estoy aterrada. No sabemos lo que nos espera porque creo que tampoco lo sabe Trump» dice mientras apela a la hipótesis «si Sanders hubiera estado ahí y le hubieran dejado los demócratas…». Y es que Bernie Sanders, el favorito entre los jóvenes del país –en este margen de edad se impuso el voto a Clinton por mayoría–, lleva horas saliendo a la palestra tras la derrota de la ex primera dama. «Sanders tiene un problema; es socialista, algo que no gusta dentro del poder del Partido Republicano» comenta Karen, nombre figurado de una compañera de trabajo que evita mostrar sus credenciales. «El propio partido, en sus primarias, tuvo claro que había que elevar a Hillary porque representaba el ‘establishment’, el dinero, el supuesto prestigio. Le cortaron las alas a Sanders, que era el que querían las bases» indica. La aparición de este último en las últimas citas electorales demócratas –estuvo escondido durante casi toda la campaña– quiso ser el último arreón de los de Clinton cuando se daban cuenta de la realidad de la amenaza republicana. Pero, ni con su presencia evitaron una debacle que se barruntaba a grito abierto. «Muchos se quejan ahora, pero tuvieron la oportunidad de hacer esto distinto. Todos conocíamos a los candidatos; un tipo que entretenía, un ‘outsider’ sin experiencia política, con palabras vacías, y una mentirosa, una tramposa. Fue nuestra decisión» comenta.

Trump, en su hoja de ruta, lo tuvo claro desde el principio. Despreciado por la élite de su partido, buscó en las bases y en un discurso tan irreal como demagógico anclar unas ideas muy banales que tampoco ha desarrollado. «Es casi como un niño en sus planteamientos. Dice lo que no le gusta y que va a presentar algo mejor, pero no dice el qué. Se ha metido en el bolsillo a desencantados y a la clase trabajadora sin hacer caso a su partido. Y se ha salido con la suya» dice otra ciudadana que también muestra su descontento con Hillary: «En Arkansas, muy cerca de aquí, es odiada, junto a su marido, de la época de cuando fue gobernador. Hay lugares donde no se les puede ni citar. Dejaron muchos rastros que todos conocen» reitera mientras imita con su mano el gesto de un ladrón. «Ella miente, engaña, roba… la palabra que la define es sinvergüenza» manifiesta con contundencia mientras se pregunta «¿cómo alguien que ha dicho que ha estado en bancarrota ha logrado tener el dinero que tiene ahora?» Su respuesta despeja dudas: «Dicen que ha estado utilizando su puesto como Secretaria de Estado para recaudar fondos para su Fundación».

De dinero, en campaña, se habló mucho de Trump. Por tenerlo, afirmaba, «podía coger a las mujeres de su…», pero su votante se lo ha perdonado. Apoyado por la rama más ultraconservadora de su partido, por los antiabortistas, por la NRA –Asociación Nacional del Rifle–, incluso por lo que queda del Ku Kux Klan, se aupó, semana a semana, dejando cadáveres en forma de sentencias que reafirmó lo que muchos querían escuchar. «Va a tener el poder de nombrar al Presidente del Tribunal Supremo, un cargo de mucho poder en el país. Todos los pasos adelante que se han dado con Obama a nivel social y sanitario van a quedar en nada» lamenta una mujer, lesbiana, que presiente que sus derechos puedan quedar cercenados: «El matrimonio homosexual que tanto ha costado, derechos fundamentales de los ciudadanos, los avances en materia social con las minorías, el plan de salud…» se queja.

Pero entre las filas republicanas se justifica el triunfo por el desengaño ante la clase política: «Se habían olvidado del ciudadano. Estábamos cansados de partidos y necesitábamos intentar algo nuevo» dice un excitado seguidor del partido vencedor. «Va a ser la primera vez en la historia en la que nos va a gobernar un presidente que no ha tenido ningún cargo público; ni político, ni militar» manifiesta a la vez que tiene claro que, de salir Clinton, el temido ‘impeachment’ que ya sufrió su marido, hubiera tomado forma tarde o temprano: «Ha hecho cosas que todo el mundo conoce, por las que merecería estar en la cárcel».

Lo peor, son las sensaciones que, con transversalidad, han cruzado todos los segmentos de la población. Mi mujer, maestra en un colegio con un porcentaje de población hispana elevado, se apenaba hoy de las inquietudes y miedos que sus alumnos de ocho años le hacían llegar: «¿Cuándo vamos a saber si nos tenemos que ir de aquí? ¿y si cuando me vaya no puedo seguir aprendiendo?» le preguntaban. Y eran capaces de diferenciar entre Hillary y Trump: «A mí me gustaba la viejita porque yo sé que al viejito no le gusto yo».

Ángel García, profesor y periodista leonés residente desde hace más de un año en Estados Unidos, vive allí sus primeras elecciones presidenciales.
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