24/06/2017
 Actualizado a 16/09/2019
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¿Adónde habrá ido a parar el monopatín que quedó volteado, el pasado día tres,tras el apuñalamiento con un cuchillo de hoja cerámica roja? Porque hay objetos, que más allá de su precio, forman parte de nuestra vida y no son inertes, aunque su hechura de madera y de metales así lo parezcan. Los que facilitaban los juegos de nuestra infancia,por ejemplo: el peón o peonza, la bigarda, el aro, el patinete (que llamábamos patín, a secas)… Días pasados, en la amplia avenida de las Murallas de Astorga, un grupo de niños, rondarían los diez años, subían en grupo sobre su patinete: una estampa hermosa, inusual, porque a no ser en los parques infantiles, de las calles ha desaparecido el antiguo bullicio infantil.

El monopatín es un artilugio, pese a su aparente inocencia, potente y sofisticado:puede resistir el mayor trastazo, unaarremetidacaída del cielo, incluso, hasta capaz es de descerrajar el más pétreo cogote de un yihadista. Nada que ver con nuestro antiguo patinete, fabricado artesanalmente, tan endeble, con tres cojinetes, de desecho,comprados en los talleres, y un manillar y armazón en rústica madera. Si ahora el asfalto o el adoquinado se adentranhasta en los parques y no dejantregua a la tierra, o a la arena prensada, para frescura de los pies, antaño, de los barriostenías que subir a la ciudad, para poder bajar poraceras, o calzadas de alquitrán, en cuclillas sobre tu patín; más de una vez te caías rodando, mientras el pequeño artefacto quedaba desamparado en medio de la cuesta. Nada que ver esta suerte de despeñadero con la placidez con que uno ve, en las tardes, a los adolescenteshacer ‘la quedada’ y jugar al ‘skate’ entre los alzados de la imperativacatedral astorganay su desafiante fortaleza gaudiniana.

No parece que Ignacio Echeverría se trasladase por Londres con su monopatín, ni que pretendiese saltar peldaños, aterrizar desde altos muros o burlar los bordillos de las avenidas,sino que iba a esas rampasque, cual ola de láminas en alta mar, están instaladas, en parques específicos,en las ciudades para divertimento dejóvenes intrépidos, pero ordenados. Ordenado y riguroso era; como tantos universitarios españoles que, bien por falta de posibilidades en su propia nación, o por su capacidad de promocionarse en otros países europeos, desempeñan en ellos puestos de responsabilidad, trátese de la industria, la banca o la tecnología.Alcanzan tan altas cotas después de haber adquirido su formación en España, junto a másteres o cursos en otras universidades extranjeras, y se mueven por el mundo como pez en el agua: son verdaderos triunfadores, con una idea cosmopolita de la vida, ajena a las fronteras. No es esta la suerte de otros muchos que, por el hecho de aprender un idioma, el inglés, en menor medida el alemán,sobreviven en grandes urbes.

El monopatín es, pues, un artilugio avanzado de un juego que la mayoría practicamos en nuestra infancia, y que ahora se ha prolongado, como desahogo juvenil,paraedades más tardías. No tiene por qué estar ausente en exposiciones, pláticas sobre el entretenimiento, cursos de artesanía manual… Y más este de Ignacio Echevarría, que quedó volteado, después de su intento dedescerrajar con tal armadurael cogote de un yihadista,cuando esteestaba, junto a otros,sembrando de terror y muerte una zona de animación, cerca del Puente de Londres. Arrojo, este de Ignacio,digno de alabanza, pues cualquiera de nosotros podemos pasar, ante todo en las grandes ciudades, junto a algún ciudadano que es agredido, que está agonizando, y desviarla vista,para seguir caminando como quien oye llover.

Por tal sinrazón, si yo fuera un vecino de Ferrol le pediría al alcalde, Jorge Suárez,una vez reconvertido de su esquivez, para reconocer a este hijo nacido ensu ciudad (son las cosas estas de la progresía de viejo celuloide, la que ahora rige algunos pueblos de España), que solicite a la familia, si lo conserva, el monopatín de Ignacio paradejarlo a la vista en la Biblioteca municipal de la ciudad; con una leyenda en su vitrina, en la que conste el gran gesto, cargado de valentía y humanidad, de Ignacio Echeverría.Y si en el fragor de los disparos y sirenas el monopatínhubiera desaparecido, que se recree su imagen, porque no es su precio sino su testimonio y querencialo queverdaderamente importa.

¿Habría mayor lección,oprovechosa exposición, acaso más gratificante lectura?
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