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Y el burrín que no camina

14/04/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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La limonada de Sidoro –del bar Casa Isidoro– siempre muy engañadora. ¡Ostia qué risa! (bueno, ostia se empezó a decir cuando no estaba perseguido que antes tenía casi cárcel decirlo en vano), y qué bien entra, llena otra vez, este año te salió bien, se nota que la maceraste, para el lunes no queda ni un judío... y venga risas.

Y Sidoro miraba con los ojos como platos y cada poco le echaba serrín al suelo, lo que a los asturianos de la raza veraneantes en semana santa (‘semanasantes’, imagino) les hacía gracia y protestaban ‘averados’ a la esquina del mostrador, bien apoyados en él.

– ¿Para que echas tanto serrín? En verano, que es cuando bebemos sidra y se pone el suelo como un barrizal no te da la gana de echarlo y ahora, que la limonada no ‘arrama’ nada, no paras con la badila.

– Es para que esté mullido cuando caigáis redondos como sapos.

Oye. Y no se equivocaba. Cuando llegaba el guaje con la bicicleta, «papa, que dice mama que si hoy ‘nun’ se come».

– Esta ‘farto’ de judíos.

– Tú vete, que la mama bufa;insistía el ‘rapa’.

Y el asturiano va. Bueno, intentaba ir pero en cuantas que se quería separar de la barra se daba cuenta de que tenía razón don Cenutrio cuando explicaba física según las teorías de la Enciclopedia de Álvarez y el primer día de curso decía solemne: «Como bien dijo Arquímedes de Siracusa, dame un punto de apoyo y no hacen falta vacas para llevar el carro».

Y supo el asturiano que Arquímedes no era un cualquiera y cuando se desaveró de la barra cayó como preveía Sidoro, como un sapín.

– Dile a la mama que a papa ‘entroi’ la marcha atrás y a resultas ‘d’ello’ pues el burrín no camina. Que coma.
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