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Y acabo sobre el martirilogio

19/06/2021
 Actualizado a 19/06/2021
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Aprovecho de nuevo para saludar sincera y cordialmente a doña Mercedes Unzueta Gullón por la lectura de mi artículo del día 11 de los corrientes, además de agradecerle la aportación de nuevas hipótesis –al menos yo las denomino así hasta que no se demuestren de modo más fehaciente e imparcial– sobre la muerte de las tres beatas maragatas. Y con lo que voy a exponer a continuación por mi parte se acaba el debate. Un texto más extenso con mi firma sobre este asunto saldrá publicado, Dios mediante, en la revista ‘La Aventura de la Historia’ de la que soy colaborador desde sus inicios.

Doña Mercedes afirma en su réplica a mi artículo que Abelardo Fernández Arias, el miliciano testigo asturiano que fue entrevistado por ella y Lala Isla sobre el sacrificio de las tres beatas maragatas, no fue el único testimonio presencial, aparte de serlo poco o nada fiable debido a su avanzada edad. ¿Todo lo que les confesó Abelardo es incierto o hubo alguna verdad, ahora que doña Mercedes parece saberlo todo, en pormenores y pormayores? Caso positivo, habrá entonces, para mayor pulcritud o menos desbrozamiento, que mencionar los otros testimonios muy diferentes por vivir y participar también en aquellos acontecimientos. ¿Podemos saber el nombre de esos testigos? ¿A qué bando pertenecían y en qué circunstancias? ¿Eran neutrales, golpistas o republicanos? Y, ¿por qué son más fiables? Abelardo podía tener por su longevidad lagunas mentales, pero hasta el momento de su confesión era el testimonio más sólido y convincente. Pregunto para que los lectores de La Nueva Crónica puedan saber más.

Entre las aseveraciones que doña Mercedes relata en este debate, destaca que las tres enfermeras fueron fusiladas en el propio prado de ‘Don Juan’, en Pola de Somiedo, no en la camioneta ni a tiros a quemarropa por Mercedes Valcárcel y otros milicianos y milicianas, como les contó a ambas Abelardo, sino que fueron fusiladas por tres mujeres: María, Evangelina y Lola. Doña Mercedes no nos da la fuente o fuentes, que, a su entender, deben ser mucho más fiables que la declaración de Abelardo. Pero resulta sorprendente que tres eran tres las víctimas y tres eran tres las desalmadas ejecutoras. Las seis, por lo tanto mujeres, lo que resulta chocante por su coincidencia numérica y genérica. Aunque a veces lo lógico nada tiene que ver con la verdad, a mí, particularmente, me parece más verosímil que Milagros participara en el asesinato de las tres jóvenes, pues ella sí tenía motivos más que nadie para cargarse a Pilar, Olga y Octavía, por ser una mujer desquiciada con ánimo de venganza al ver el cadáver de su marido Ignacio Menaces Santos en un baño de sangre. Milagros, según Abelardo, no consiguió obtener entre los prisioneros fascistas respuesta a su pregunta de quién o quiénes habían sido el autor o autores de la muerte de Ignacio. Además, se trataba de un crimen bastante vil porque los dos milicianos muertos por los golpistas habían ido a parlamentar con los sitiados en el caserío del Puerto de Somiedo.

Con todos mis respetos, lo de que María, la fusiladora más joven de las milicianas, fuese ayudada a sostener el fusil y apretar el gatillo por un compañero para poder disparar a matar contra las tres futuras beatas, me parece más rocambolesca historia que las ‘fábulas’ de Abelardo reproducidas por la no menos ‘fabulosa’ Lala Isla. ‘Mutatis mutandis’, más que la descripción de algo real, parece una escena trágico-cómica propia del cineasta Luis García Berlanga.

Respecto al libro de ‘Princesas del martirio’, doña Mercedes desmiente que su escritura tuviese que ver con la difícil situación por la que atravesaba su hijo Víctor de la Serna, fiada por lo que le contó el nieto de su autora Concha Espina, Jesús de la Serna. Eso lo afirma el investigador José Luis Alonso Marchante, no yo, en un capítulo de su libro sobre los acontecimientos de Somiedo. Lo que yo digo, guiado por las Memorias de Manuel Hedilla, es que Víctor fue detenido y procesado por los de su propio bando. A lo cual se puede añadir que, al menos, su madre tendría alguna preocupación a que le ocurriese algo semejante a la condena a muerte de Hedilla, o la cadena perpetua a Ángel Alcázar de Velasco, o distintos años de cárcel a otros falangistas, por estar en desacuerdo con Franco en lo de FET y de las JONS. Aunque el libro de Concha Espina fue publicado en 1940, es obvio que fue escrito mucho antes, coincidiendo con la situación de su hijo y la exhumación de los cadáveres de las tres enfermeras.

Doña Mercedes no se pronuncia en su último artículo sobre los dos motivos que me impulsaron a escribir sobre el asunto del asesinato de las tres enfermeras: el aprovechamiento propagandístico de los sublevados contra la República y la razón o razones que justifiquen la beatificación. Porque en todo martirio hay dos partes, los martirizados y los que martirizan. Y en este caso concreto se pone de relieve, como algo completamente evidente, lo virtuoso de las víctimas adscritas a la buena causa y lo ignominioso de los rojos verdugos de una causa perdida. Estas dos particularidades son las que a mí me importan, el resto me parece secundario. No obstante, ‘a priori’ de los acontecimientos luctuosos de Somiedo, es digno de tener en cuenta para unir todas las piezas del puzzle, que en Astorga unos meses antes de lo de Somiedo se había fusilado a su alcalde Miguel Carro Verdejo junto a otros republicanos, y luego los muchos muertos que vendrían ‘a posteriori’ propiciados por el bando golpista como represalia por la muerte de las tres jóvenes enfermeras. The End.
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