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Wellcome, Woody, wellcome

27/07/2019
 Actualizado a 16/09/2019
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Bajito, poco agraciado. Pelirrojo y judío, nacido en Brooklyn. Inteligente, genial, profundo y brillante. Habitualmente le vemos pasear con su sombrero beige y su gabardina, sus gafas de pasta negra y su camisa azul, con las manos en los bolsillos y gesto escéptico, así como de ciudadano perdido en el tiempo ante su propia sombra en las calles nubladas de Manhattan.

Excéntrico, extravagante, claustrofóbico e hipocondríaco, forma parte de nuestra memoria cinematográfica, pero ha llegado a Donostia perseguido por la estela del cometa ‘Me too’ y aún no se ha desecho de ese rastro perverso que ensucia su imagen como un vestido blanco salpicado accidentalmente por virutas de barro incontrolado.

Medio centenar de personas protestan frente al rodaje de su próxima película ante la Playa de la Concha. Opinan que el director neoyorquino no es bien recibido por estar acusado de abusos sexuales y porque puede convertir a San Sebastián en una ciudad de turismo masivo. (¿De verdad la capital donostiarra –una de las ciudades más bellas de España, por cierto– podría ser diana de un turismo desbordante? Permítanme que lo dude. Ese tipo de turismo siempre suele elegir el sur o las islas, sol y playa, bocadillo de lechuga y pachanga a tutiplén).

Cómo nos gusta erigirnos en jueces de celebridades, como si hubiésemos nacido con la piedra en la mano y nuestra primera misión en el mundo fuese hacer justicia. Woody Allen siempre ha negado las acusaciones que le retrataban como agresor y mientras no se demuestre lo contrario con pruebas o testimonios, es un hombre inocente.

Sé que muchas personas tendrán sus reticencias esparcidas por la sombra de una duda, pero nadie puede negar que su perfil, el mismo que creó ‘Midnight in Paris’, se aleja mucho del de otros cineastas sospechosos. No se sienta mal, señor Allen, esto es Europa y muchos esperamos con ansia su ‘Rifkin’s Festival’.
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