09/03/2023
 Actualizado a 09/03/2023
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Hace poco tiempo, tres meses o así, tuve que acudir al edificio de la Junta de Castilla y León, ese mamotreto que está al principio de las Eras de Renueva. Como aún no eran libres las visitas, un servidor buscó por Internet su página de cita previa y después de un mundo de exploración por la página de los cojones logré pedirla. Al día siguiente, o al otro, no recuerdo bien, me presento en la Junta y me para el guardia de seguridad. «Nombre y hora», me preguntó. Se lo dije, ¡claro!, y me suelta que no estoy en la lista. Saco el móvil, busco y encuentro el mensajito de confirmación y se lo enseño. ¡Como si le enseño el original de los Diez Mandamientos! «Lo siento, pero usted no viene en la lista. No sé si la culpa es del programa, de usted o del Sursuncorda; si no está en la lista, no puede entrar». Interiormente, me cagué en sus muertos y en sus vivos y le hago ver que vengo desde un pueblo, sólo para arreglar una película que puede llevar, a lo sumo, quince minutos. El tipo (qué en el fondo era buena gente), me da un teléfono y dice que llame, a ver si tengo suerte. La tuve. La señorita que me atendió me daba cita para el día siguiente. Lloré un poco, le dije lo del pueblo y la distancia, y me comenta que bueno, que espere cinco minutos y que entre. Así lo hice, porque soy muy obediente, y el guardia me dejó pasar (porque ya estaba en la dichosa lista), con una sonrisa de satisfacción, como queriéndome decir: «Ve usted, aquí estamos para hacerle la vida más fácil».

El asunto es que cuando llegué a la sala de Hacienda (según entras a la derecha y al fondo), me encuentro conque no hay ni Dios, y lo digo literalmente: sólo había un cliente y los que atendían eran tres, de un total de nueve o diez mesas. Como pensaba, la cosa se solucionó en diez minutos de reloj y me fui con los papeles encantado de la vida. Al hacerlo, me doy cuenta de que seguían siendo tres personas las que atendían y que el número de clientes que esperaban eran dos...

Lógicamente, me acordé de Mariano José de Larra y de su imperecedero «Vuelva usted mañana». ¡Joder con la tontería! Casi doscientos años después..., seguimos lo mismo; parece que nada ha cambiado en esta España de nuestros desvelos. Porque en estos tiempos, en que la Administración ha crecido hasta convertirse en un monstruo, en un Cíclope desmesurado, los pobres paganos que tenemos que acudir a ella para casi cualquier cosa de las que ocurren en nuestra vida, sigue funcionando como en los tiempos de Larra: «vuelva usted mañana», sigue siendo el mantra que gobierna todas sus actuaciones. Uno no logra comprender como es posible que en una sala habilitada para que diez funcionarios cumplan con su deber, (atender a la gente de la mejor manera posible), sólo tres lo estuviesen haciendo. ¿Y los otros siete?, ¿estaban de vacaciones?, ¿habían salido a tomar el café de media mañana?, ¿estaban comprando en el súper de al lado?, ¿haciendo ejercicio en el gimnasio del centro comercial vecino? En cualquier caso, y contestando a las preguntas, estaban escamoteando tiempo de su jornada laboral, dejando de atender como dios manda al público en general y a los paganos (no olvidemos que trabajan en la hacienda autonómica), en particular.

Mira, uno tiene claro que deben de existir funcionarios, como existen las alimañas. ¡Por algo las pondría el Señor en el Universo! Pero hay funcionarios y funcionarios. Uno cree que tendría que haber más médicos, enfermeras, auxiliares de clínica, maestros, profesores de instituto y de universidad, algún que otro madero (pocos más), y para de contar. Pero tendría que haber muchos menos chupatintas. Además, resulta increíble que usando como se usan masivamente los ordenadores, cada vez haya más. Hace no tantos años, los setenta del pasado siglo, había, con suerte un ordenador por sección y muchos menos machacas que hoy. ¡Y las cosas funcionaban, al menos, como ahora, cuando no mucho mejor! Todos sabemos que los partidos políticos están formados por un atajo de sinvergüenzas que prometen hasta que meten; no es de extrañar que en los ayuntamientos y en las diputaciones de toda España existan ‘contratados a dedo’ que no van a trabajar, o, si lo hacen, van a primera hora y no se les vuelva a ver el pelo. Son los pagos que hacen esos desalmados por conseguir presentar candidatura en un pueblo perdido en medio de ningún lado, completar una lista que nadie conseguía completar o cualquier otra hazaña propia de una política caciquil, decimonona, más vieja que la orilla del río, más imperfecta que un verbo irreflexivo... ¡Ay, Señor!, danos paciencia.

Salud y anarquía.
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