25/09/2020
 Actualizado a 25/09/2020
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Pues ya estamos otra vez. Probablemente tenía que ser así, o quizás pensamos que o no pasaría o sería menos fuerte.

También es cierto que, bien analizado, tampoco tiene nada de extraño, ya que tampoco es que se hayan tomado las medidas para que todo fuera, al menos, más suave.

Tuvimos un confinamiento, renovado, renovado y vuelto a renovar, hasta que se levantó y entramos en la ‘nueva normalidad’, después de miles de fallecidos (ventiocho mil según la oficialidad y casi el doble según los datos de los demás).

Nos contaron lo que pasaba, pero no nos dejaron ver las imágenes. Compasivamente supongo, porque cuando hablabas con los que lo habían sufrido en los hospitales, la cosa era espeluznante.

Y más valía que lo hubiéramos visto, porque así, a lo mejor, nos lo hubiéramos tomado más en serio.

Nos dijeron que la mascarilla era obligatoria. Cierto es que una buena mayoría lo cumple, pero otros no tanto. Eso sin contar la benevolente interpretación que se hace en bares, terrazas, restaurantes y actos más o menos sociales de todo tipo, incluidos los no permitidos.

Solamente hay que dar un paseo por cualquier parte, y siempre encontrarás más de uno sin mascarilla o con la mascarilla dejando la nariz fuera, cuando no en la barbilla o en el cogote (de forma figurada). Parece que no se enteran, o no quieren enterarse, de que la mascarilla, la quirúrgica en particular y que es la más generalizada, no protege al que la lleva, pues su capacidad de filtrado es mínima, sino a los demás.Pues que si quieres arroz Catalina, porque todos esos, que son muchos, que de una u otra manera incumplen la norma, van tiesos por la calle y si se ha de mantener la distancia, o lo haces tú, o nada, que ellos ni se mueven. Vamos, que tienes que ir vadeando infractores como si estuvieras o estuvieses borracho.

Las terrazas, ¡Ah, las terrazas! Ni que lo regalasen, aunque eso no es lo malo, sino que, no se sabe por qué astuta razón, parecen ser un espacio libre de virus por decreto, como si, porque aquél decreto lo dice, allí ya se puede estar como se quiera. Más o menos la secuencia es: se vacía una mesa, inmediatamente se sientan nuevos clientes sin esperar a limpieza, sentado inmediato, ni distancia ni nada y… fuera mascarilla sin tan siquiera haber pedido el servicio. Le preguntaba a un amigo porqué, y la respuesta fue fácil:«es que aquí se puede». Claro que se puede, porque no vas a beber con la mascarilla puesta, pero de eso, de tomar un café que pueden ser 10 minutos, a una hora larga de pre y post café, va una distancia. Vamos, que si mañana la Dirección General de Tráfico permitiera ir por las carreteras a 240 km/h, tú, con tu coche normalito y tu edad provecta te ibas a pones a esa velocidad sin más ni más. A que no. Porque una cosa es lo que se permite y otra la que se puede y debe.

Claro que en la barra del bar es peor, que más que barra es compadreo y encima en local cerrado. Y no es que los propietarios lo permitan, es que, como me decía uno, no hay manera de que hagan caso.

Lo de los más jóvenes es para estudiarlo. ¿Mascarillas?, ¡Venga ya, que no podemos lucir palmito con ellas! Digo yo: ¿Si se contagian, y están poniendo todos los medios para ellos, pero no se les nota, sus padres y abuelos no han tenido nada que decir? Antonio López Henares, en las páginas de opinión de este mismo periódico, hace más o menos una semana, decía a este respecto que ésta llamada ‘la generación más preparada’ más bien habría que definirla como ‘la generación más consentida’. Visto lo visto, no le faltaba razón.

Y no vale que se avise de que nada de fiestas familiares, festejos en grupo y mucho menos botellones. Ni puñetero caso. Eso sí, ahora, que ya ha venido el lobo, se empiezan a disolverlas y a poner multas en serio.

Mientras, el gobierno en junio se va de vacaciones, se lava las manos y le pasa la patata a las comunidades, que deseosas de recoger poder, tengan o no la capacidad económica y jurídica, lo hacen encantadas y sin rechistar.

Y los contagios empiezan a subir. Las vacaciones, ese paréntesis que nos dimos, se acaban. Los colegios tienen que abrir y la ministra (la que dijo que los hijos no eran de los padres) nos dice, también, que es cosa de las comunidades y las comunidades no pueden hacer nada sin contar con el Ministerio. Bien.

Los sanitarios ponen el grito en el cielo por la que se le viene encima y las comunidades dicen que no hay médicos suficientes ni aunque los busque, que se han ido a mejores aires. También bien.

El presidente del gobierno viene a ayudar al sitio más problemático, Madrid, y el vicepresidente, contra toda lógica sanitaria, la que dice que hay que huir de las aglomeraciones de personas, llama a sus huestes a juntarse y manifestarse. Igualmente bien.

Pues lo siento, ni la población ha estado ni está a la altura de las circunstancias, una buena parte de ella al menos, ni la administración se ha distinguido precisamente por su dedicación y acierto.

O sea, que entre todos la mataron y ella sola se murió.

Lo malo, en estas circunstancias, es que esas palabras coinciden con los hechos.
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