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Voy a desahogarme un poco

07/11/2018
 Actualizado a 07/09/2019
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Como no se me ha ocurrido a tiempo un tema adecuado para escribir estas líneas volanderas, y ya no lo tengo para ponerme a buscarlo, dejaré suelta, no mi lengua ni mi pluma, sino la yema de mis dedos mecanográficos (vieja palabra en desuso), y que se tiren al monte si quieren. El título adelantado me pone ya ante un dilema, un oxímoron o paradoja: ¿puede un ahogado desahogarse? Porque para desahogarse hay que estar primero ahogado. O no. Quizás baste con tener la sensación de ahogo, no necesaria (ni previamente) expirar.

Como esto se ha puesto un poco fúnebre, me despeñaré sin miedo para mostrar mi perplejidad ante la reciente muerte del juez Juan Antonio Ramírez Sunyer, quien llevaba la causa contra los golpistas catalanes de modo impecable e insobornable, muerte que le sigue a otras dos de personas implicadas en el mismo empeño de llevar ante la justicia a los sublevados: la del fiscal general del Estado José Manuel Maza y la del fiscal superior de Cataluña, fallecido ocho días después, José María Romero de Tejada.

Mi perplejidad nace de considerar esta triple pérdida como un hecho estadístico llamativo, que se escapa a lo esperado según las leyes probabilísticas. También por la edad: 66 años Maza, 69 Romero de Tejada, 71 Ramírez Sunyer, edades que hoy no entran dentro del cálculo de probabilidades teniendo en cuenta la edad media de vida. Las dos primeras, además, añaden el hecho de ser inesperadas, bastante súbitas o repentinas, por más que todos ellos padecieran alguna enfermedad previa, enfermedades, sin embargo, que, por lo que yo sé, en la mayoría de los casos no desencadenan finales tan drásticos. Desconozco cuándo a Ramírez Sunyer se le detectó esa «larga enfermedad» (¿cuál?), porque los periodistas, no se sabe por qué, se vuelven muy reservados y pudorosos ante estas informaciones, cuando no dudan en descuartizar morbosamente a otras personas.

Pero hay más. Al fiscal Maza nadie le hizo la autopsia porque, se dijo, no era necesaria, dado lo evidente de la causa del fallecimiento, «insuficiencia renal». No sé si ha ocurrido lo mismo con los otros dos jueces. Y todo ha sucedido en menos de un año. Y todo favorece a los rebeldes separatistas y al proceso de disgregación del Estado, cuya propia existencia esta causa está poniendo en riesgo. ¿Seré yo solo el paranoico que se pone a dudar, que deja volar su perversa imaginación?

Para que no se me tome por loco, primero habrá que responder a una simple pregunta: ¿es posible que estas enfermedades y muertes no hayan sido tan «naturales», tan inevitables, tan incurables? Una respuesta racional, basada en multitud de casos históricos, no permite descartar la intervención externa e intencionada como desencadenante de hechos tan poco probables. Que hoy existen medios sofisticados para llevar a cabo algo así, hasta el punto de no dejar ni huella ni rastro (y menos si no se investiga a fondo), lo sabemos muy bien, y no sólo por las películas de espías. La segunda pregunta, inevitable, es: ¿quién y por qué podría estar interesado en provocar o adelantar estos desenlaces?

Tengo clara la respuesta, pero voy a contenerme para evitar parecer más maníaco de lo que seguramente soy. Sin embargo, invito al lector a que, controlando cualquier desatino, se deje llevar por su propio instinto y no tema verse racionalmente abocado a aceptar que el mal en estado puro, por más disimulado que aparezca, está presente hoy en muchos lados, muy activo, vivo y zarpadeando en muchos ámbitos de la vida pública, y que no contar con ese mal, no contar con que la maldad es el arma más eficaz de los poderosos, es ingenuidad antropológica, buenismo del malo, del tonto, del que no se atreve, por miedo y por pusilanimidad, a encarar su existencia y su presencia omnímoda, y así la vemos en la cúpula de los partidos, de los sindicatos, de las organizaciones empresariales, de los banqueros, pero también de cualquier ayuntamiento o concejalía, por insignificante que sea, allí donde los más mediocres y sin escrúpulos encuentran fácilmente acogida.

Por si alguien duda de mi teoría, eche un vistazo a este Gobierno, analice a cada uno de sus miembros y dígame si puede ser casualidad que se haya reunido este «ramillete con alas», esta «flor de pluma», como diría Calderón, que, empezando por su presidente, ejerza con mayor descaro el cinismo, la mentira, la arrogancia del necio y la soberbia del ignorante. Desahógate, hermano.
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