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Votar o no votar, he aquí el dilema

18/12/2022
 Actualizado a 18/12/2022
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En mi artículo del pasado domingo apostillé sobre el hecho de votar con la frase terminante «ni aunque me torturen». Reconozco que fue un exabrupto producto de la indignación ante el fallo del Consejo de ministros sobre la amañada decisión ―sigo convencido de ello― de otorgar a Sevilla la sede de la Agencia Espacial. Sin embargo, tan tajante decisión no pasa de ser pura entelequia, porque ninguno sabemos cómo reaccionaríamos ante situación tan dramática. Y, ojalá, no la tengamos nunca.

Han sido varias las críticas de buenos amigos que he recibido al respecto, porque, en la actual situación política, abstenerse o blanquear el voto se entiende desde la izquierda como si votases a la derecha. Y tú, José Luis, virado hacia la izquierda, nunca en tu vida has cambiado de rumbo. Ni eres un Jiménez Losantos ni un Gonzalo Santonja. Bien es verdad que en la niñez o edad de la inconsciencia cantabas aquello: «Pietras las filas recias marciales nuestras escuadras van cara al mañana que nos promete Patria, Justicia y Pan....». Lo de patria ya sabemos quienes se la han apropiado en exclusiva. Lo de justicia es deprimente bronca cotidiana. Lo de pan... cada vez más caro. Pero, recuerda José Luis, que luego, en la adolescencia, cuando tuviste que ganarte la vida en oposición a la dictadura de su «excelencia superlativa» en aras de la democracia, te abofetearon y humillaron en un calabozo, te encarcelaron y, tras un consejo de guerra, te condenaron a seis meses y un día.

En nuestra democracia hay tres citas electorales. Por lo que atañe a las elecciones autonómicas, no tengo ninguna duda. Soy partidario de una comunidad leonesa, uniprovincial o triprovincial y, por lo tanto, mi voto está asegurado en las urnas y declarado en favor de la Unión del Pueblo Leonés (UPL), porque la izquierda del PSOE está dividida tanto a favor como en contra.

Respecto a las municipales, aunque no estoy en acuerdo total con el actual gobierno, también mi voto está decidido en favor de quienes actualmente lo ostentan. Y lo hago pese a que me cabrea esa pereza a mojarse en la Ley de la Memoria Democrática. Sí, ya sé, que ello no da votos. Pero hay que ser legal y consecuente con lo que se promete desde las tribunas.

Respecto a las elecciones generales, aquí tengo serias dudas. El gobierno de Pedro Sánchez me plantea el problema de ser fiel a mi mismo o hacer la vista gorda sobre decisiones con las cuales no comulgo. Como, por ejemplo, priorizar el deber de ganar votos en una comunidad autónoma que se te ha derechizado en las urnas, a la más urgente de auxiliar las zonas más deprimidas, mi repente del pasado domingo. Ya sé que para muchos estos son melindres, ambages, escrúpulos de persona remilgosa. Pero tomar una decisión en contra de lo que se piensa es la de ser mendaz consigo mismo, que es la peor de las mentiras.

Botarate es ese tipo informal, precipitado e irreflexivo. Así nos lo define el diccionario. Para mi descargo, se me ocurre introducir un cambio de signo alfabético que propongo a la Real Academia de la Lengua. Es la variante ‘votarate’: «Dícese de aquel que se abstiene o vota en blanco por estar en desacuerdo con decisiones del partido político ideológicamente de su preferencia».

De modo que para evitar ser un votarate, es obligado no desviarse de caminar por el lado izquierdo, aunque te trastabilles. Por la derecha solo para despistar.
Emulando a Shakespeare en el célebre monólogo de Hamlet; «Ser o no ser, ese es el dilema», pues, votar, votar y votar, que ese es el emblema. Y amén.
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